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La kakistocracia

Víctor Meza

Tegucigalpa. – Platón, el viejo filósofo griego, con paciencia socrática solía recomendar la “República de los Reyes-filósofos” como fórmula ideal de gobierno, algo así como el reino de los sabios reconvertidos en estadistas ejemplares. De todas sus ideas, que eran muchas y algunas muy sorprendentes, la de la República de los filósofos es posiblemente una de las más atrevidas y, nunca mejor dicho, la más platónica.

Si la humanidad hubiese atendido el consejo del viejo sabio de la antigua Grecia, seguramente nos habríamos ahorrado innumerables tragedias y más de algún holocausto. Pero no, lejos de atender la sabia recomendación, nos decantamos por la barbarie y la hecatombe, haciendo a un lado la civilización y el buen juicio. Las innumerables guerras y la alocada destrucción de la naturaleza han sido y son prueba suficiente de lo que aquí se afirma.

En lugar de abrir espacio a los gobernantes sabios y filósofos, muchos fueron los países que se decantaron a favor de gobiernos ineficientes y corruptos, símbolos de la incapacidad y de la estulticia. Optaron por la llamada kakistocracia, es decir el gobierno de los peores, de los más ineptos e ineficaces, los más incompetentes  e ignorantes.  A ese tipo de gobiernos se les aplica el divertido término de kakistocracia, un vocablo de origen griego pero difundido a partir del siglo XVII, que luego ingresó por derecho propio en el discurso común de las ciencias sociales, especialmente de la teoría política.

Los “kakistócratas” son muchos y, por lo mismo, es mucho el daño que han hecho y siguen haciendo. Aquí en nuestras profundas honduras los tenemos en abundancia y hemos debido soportarlos y sufrirlos durante largos y desesperantes años. A veces, cuando ha habido elecciones, los ingenuos votantes les han favorecido y confiado las riendas del gobierno. En otras ocasiones, ya no por la vía de los votos sino directamente por la de las botas, se han apoderado de las instituciones, las han utilizado para sus fines puramente grupales o personales, las han desnaturalizado y corrompido. En una palabra, han hecho lo que “saben y deben hacer”: malos gobiernos  y peores administraciones.

Justo es decir que no todos los regímenes administrativos han sido así a lo largo de nuestra corta historia. En este tema, como en todos los demás, no se puede ni se debe generalizar. El que generaliza, simplifica, y el que simplifica no comprende la esencia de los fenómenos y de las cosas. La vida es mucho más enrevesada y escapa a la visión binaria de lo bueno y lo malo, lo blanco y lo negro, lo simple y lo complejo. La vida, por fortuna, está llena de espacios grises y de colores múltiples.

Pero así como ha habido gobernantes y administraciones aceptablemente funcionales, en la mayoría de los casos las cosas han sido al revés. La mejor prueba de ello es el régimen que actualmente tenemos: campeón negativo en tantos indicadores adversos, objeto internacional de descrédito público, reino insufrible de la inseguridad y la violencia, minado por la corrupción, asediado por el crimen organizado, depredador empedernido, abusador de los recursos estatales y violador de los derechos humanos, injusto y desigual por mil y una razones. Un país rico, poseedor de infinitos recursos naturales, con una población esencialmente joven, ubicado en zona geográfica envidiable y, sin embargo, miserablemente empobrecido por las élites que lo malgobiernan y desprecian, envilecido por una corte de burócratas lánguidos y señoritos ajados, todos ellos agrupados y coludidos para tejer el manto oscuro de la kakistocracia que padecemos.

Ahora que se acercan las elecciones, ojalá que los electores, lejos de convertirse en mansos votantes en manos de los perniciosos activistas partidarios, se comporten como verdaderos ciudadanos, con el juicio suficiente para elegir a los que pueden hacer menos daño y, de esa manera, cerrar el paso a los tradicionales kakistócratas que amenazan con seguir en el gobierno hasta acabar de vender y prostituir lo que resta del país. La Kakistocracia, ya sea vestida de civil o adornada de sables y galones, no ha sido, no es y nunca será la solución que el país necesita y que la sociedad demanda.

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