Hace algunos años, mientras esperaba frente al Teatro Nacional el inicio de un concierto, trabé conversación con don Edelmiro, un anciano simpático y dicharachero que, al verme sentado en una de las bancas del parque, me abordó con curiosidad –lo he visto en la tele- me dijo y con esa auto introducción comenzó a contarme sus avatares:
“Trabajé duro durante 68 años de mi vida, crie 6 hijas y 3 hijos, los hice profesionales a casi todos, pero a mis 84 años, ya no tengo fuerzas, estoy enfermo, el Seguro Social me da una pensión de 311 lempiras mensuales, no tengo acceso a servicios de salud y, si no fuera por la ayuda de algunos de mis hijos, ya estaría muerto”, me dijo.
Me hizo pensar: En Honduras hay aproximadamente 900 mil personas mayores de 65 años. No es una cantidad despreciable de gente, sobre todo si tomamos en cuenta que hace apenas 20 años este número no llegaba al medio millón. Los demógrafos dicen que, en nuestro país, los adultos mayores son la cohorte etaria de mayor crecimiento y, si consideramos que es difícil acceder a un empleo aun para los jóvenes, es lógico pensar que su situación es la más precaria de todas, ya que hasta el futuro es mezquino para ellos.
En los países occidentales, las sociedades han desarrollado modelos organizativos que buscan solucionar la problemática de vida de los adultos mayores. Una de las grandes contribuciones para el desarrollo de una propuesta que permita la estabilidad vital en todas las personas, es la del economista italiano Franco Modigliani, ganador del Premio Nobel en 1985 por su “Teoría del Ciclo de Vida”, en la cual se determinan los momentos en los que las personas somos capaces de ahorrar para financiar las etapas en las que somos menos capaces de generar ingresos, niñez y vejez.
La creación se los sistemas previsionales o de pensiones, busca que todas las personas en edad laboral sean obligadas a ahorrar durante sus años activos, con el fin de que, al llegar a la vejez, puedan retirarse y vivir de esos ahorros. Funcionan de diversas maneras y dependiendo del país, prestan servicios más o menos eficientes a sus beneficiarios. Los modelos europeos son los más garantistas, debido a que los trabajadores en el viejo mundo ahorran hasta un 25% de sus ingresos, una vez pagados los impuestos, para garantizar servicios plenos durante su vejez.
El problema es que, al ser cada vez mayor la esperanza de vida en estos países, el sistema se vuelve cada vez más gravoso y ya muchos de ellos, incluyendo a los legendarios países nórdicos, están teniendo serios problemas para financiarlos, lo cual, forzosamente desemboca en el gobierno, que cada vez enfrenta mayores presiones para subsidiar a su población que envejece aceleradamente.
Los modelos de pensiones en Latinoamérica suelen ser menos generosos que los europeos. Salvo Chile y Perú, en donde están privatizados, los sistemas previsionales en la región son públicos y suelen ser financiados por trabajadores, empresas, con contribuciones cada vez más exiguas de los gobiernos. La falta de compromiso y la resistencia por parte de la ciudadanía y las empresas a contribuir en mayor cuantía, la ineficiencia gubernamental y, sobre todo la corrupción, provocan que, en nuestros países, como sucede con don Edelmiro, ser anciano sea sinónimo de miseria y exclusión.
¿Y Honduras cómo podía quedarse atrás en esta fiesta de la miseria? De casi millón de personas en edad de jubilación, menos de 300 mil reciben un ingreso por parte del sistema, la gran mayoría son del Instituto Hondureño de Seguridad Social (IHSS), el resto proviene de las cajas previsionales de empleados públicos, maestros y militares, cuyas pensiones son relativamente buenas, aunque no podría decirse fastuosas.
De lo anterior surgen dos problemas. El primero y más urgente: ¿Qué sucede con esa gran masa de ancianos (más de 600 mil) que está descubierta en la actualidad y que viven prácticamente de la mendicidad? Pero, sobre todo, ¿Qué pasará dentro de otros 20 o 30 años, cuando los ancianos sean la mayoría de la población y no exista un sistema que los cobije e impida que caigan en la más brutal de las miserias?
Lo segundo es también muy preocupante: ¿Por qué somos tan miopes y pretendemos que las pocas cajas de ahorro, INJUPEN, INPREMA y otros, financien proyectos que no redituarán lo suficiente como para que estas instancias sean sostenibles para sus ahorrantes?
Es un tema delicado. Lo abordaré en la próxima entrega, a propósito de una propuesta de ley que circula ya en nuestro conspicuo Congreso Nacional.