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Honduras ante la mirada del hemisferio y la decisión del ciudadano

Por: Alma Adler

Honduras llega a las elecciones del 30 de noviembre como llegan los países que han visto, casi sin resistencia, cómo el Estado se reduce al ámbito de un solo poder partidario. En estos últimos años, las instituciones fueron perdiendo su razón de ser; los contrapesos se volvieron decorativos; y las decisiones públicas se desplazaron a espacios donde no alcanza la mirada del ciudadano. Ha sido un desgaste lento, casi sigiloso: una erosión que no provoca estallidos, pero que termina alterando el equilibrio democrático. Esa degradación, perceptible dentro del país y evidente fuera de él, explica por qué el hemisferio observa esta elección como un momento decisivo para Honduras.

Y es que, en nuestra región, los vacíos institucionales no permanecen vacíos; los ocupan intereses que prosperan en la opacidad. Por eso Estados Unidos sigue este proceso no como una formalidad diplomática, sino como un episodio que puede incidir en la estabilidad hemisférica. Un país que pierde capacidad para sostener sus reglas básicas se convierte en un punto vulnerable para redes criminales, presiones migratorias y proyectos externos que avanzan donde el Estado retrocede. Honduras, por su ubicación y por la fragilidad institucional que ha mostrado, se encuentra hoy en ese límite donde la política doméstica deja de ser un asunto exclusivamente doméstico.

Bajo este escenario, las advertencias del Departamento del Tesoro y del Departamento de Estado deben leerse desde esa perspectiva. No son gestos ceremoniales, sino señales. La identificación de estructuras criminales vinculadas al país, el seguimiento de los flujos que rodean a la política y los llamados públicos a la transparencia electoral revelan que esta elección será evaluada no solo por quién gane, sino por la limpieza del proceso. Además, resultan inevitables las comparaciones con las advertencias explícitas que Washington ha dirigido en el pasado a regímenes como el de Nicolás Maduro en Venezuela, donde Estados Unidos ha dejado claro que no tolerará quiebras democráticas ni procesos electorales manipulados. Un desenlace viciado confirmaría la impresión de un Estado debilitado; uno transparente devolvería a Honduras un margen de confianza indispensable para su futuro inmediato.

Frente a este escenario, el poder enfrenta límites que no puede mover a su antojo. La apelación a la soberanía pierde eficacia cuando las instituciones han sido secuestradas por un proyecto partidario, y la narrativa política no basta para rebatir la preocupación internacional. La región observa porque el deterioro es real, y porque un caos mayor tendría consecuencias que exceden al país. Cualquier intento de intervenir en el proceso electoral tendría un costo que no se limitaría al ámbito interno: afectaría relaciones, cooperación y legitimidad.

Sin embargo, sería un error imaginar que el destino de esta elección se juega fuera del país. El hemisferio observa; sí. Pero la decisión sigue en manos del ciudadano. En un contexto donde los contrapesos se han debilitado, el votante es el último resguardo del orden democrático.

El hondureño llega a estas elecciones con cansancio, pero también con memoria: ha visto cómo se degrada el Estado cuando se subordina a un solo interés partidario; cómo se empobrece la vida pública cuando desaparecen los límites; cómo la fragilidad institucional permea hasta la vida cotidiana.

Por ello, el voto recupera hoy su significado más profundo. Un voto amplio y claro reduce los márgenes de manipulación, limita la distorsión y envía un mensaje inequívoco hacia dentro y hacia fuera del país. El ciudadano no elegirá solo autoridades; elegirá un nuevo orden. Decidirá si Honduras continúa bajo un modelo en el que el poder se impone sobre las reglas, o si intenta recuperar la arquitectura mínima que hace posible una democracia.

En otras palabras, el 30 de noviembre será un punto de inflexión. Honduras no decidirá únicamente quién la gobernará, sino qué clase de país quiere ser en los próximos años. La región observará no solo el resultado, sino la conducta que lo sostiene. Y de esa conducta dependerán la credibilidad exterior, el apoyo internacional, la estabilidad económica y la posibilidad de reconstruir la institucionalidad democrática.

Porque aún en las naciones más frágiles hay momentos en los que la historia vuelve a depender de un gesto individual y colectivo: marcar una papeleta con la conciencia despierta. Ese momento ha llegado para Honduras. Y el hemisferio, como pocas veces, está observando.

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