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Historias inconclusas

Por Víctor Hugo Álvarez

El director de la Policía Nacional, Comisionado  Ramón Antonio Sabillón, dijo recientemente en un noticiario televisivo que cada caso que investiga la policía “es una historia” y la razón le asistiría si su afirmación hace referencia a la vida de centenares de hondureños, sobre todo jóvenes, que han sido asesinados en lo que va del año.

Cada joven asesinado es una historia truncada; cada mujer sea esposa, madre, hija, nieta o hermana son páginas abiertas para escribir el transcurrir de sus vidas.  Cada hombre abatido son metas truncadas. En todos ellos hubo anhelos de superación, sentimientos nobles, rebeldía ante la exclusión y una lucha tenaz por alcanzar mejores niveles y calidad de vida.
Pero, ¿será de estas historias que habla el comisionado Sabillón o sólo de los móviles que llevaron a la muerte a estos conciudadanos? Probablemente el jefe de la policía hondureña se centra en la historia de la investigación, en los móviles, en las pruebas y en las pesquisas. La persona es un muerto y nada más, una cifra que se cuantifica y que pasa a ser parte de una sumatoria y engrosa las estadísticas pero hasta ahí.
O será que nos habla de la historia de la impunidad en Honduras, que según reportes de organismos internacionales alcanza el 80 por ciento de los asesinatos cometidos en el país, con el agravante que ésta,  en gran medida,  es motivada por “la falta de investigación por parte de los cuerpos policiales o la poca efectividad en las pruebas aportadas por el Ministerio Público ante los Juzgados y, a veces, hasta las malas resoluciones de algunos jueces que otorgan medidas sustitutivas en delitos graves”. (EH Febrero 2013)
Si el deber del  Estado es velar por la vida y la seguridad de los ciudadanos y ese deber se canaliza a través de las autoridades, especialmente de los cuerpos de seguridad,  el esfuerzo mínimo debe ser esclarecer esos crímenes, identificar a los autores materiales e intelectuales y sentar precedentes de efectividad.
Esto si tomamos en cuenta que en la mayoría de los sistemas legales occidentales, el principal rol de la policía es disuadir e investigar crímenes en contra de las personas. No hacerlo es contribuir a la impunidad y esta es un caldo de cultivo perfecto para la inseguridad.
Para nadie es un secreto que la policía hondureña luce minimizada ante la ola violenta y delictiva que abate al país, que ha tenido que ser reforzada por elementos militares, cuya función no es la seguridad ciudadana sino territorial y de soberanía y que los miembros de las Fuerzas Armadas no han sido entrenados para lidiar con los problemas cotidianos de la población civil y que las “capacitaciones relámpagos” poco o nada contribuyen en la formación civil de los militares.
El resultado salta a la vista y es que los asesinatos, cada vez más escalofriantes,  se producen a diario a lo largo y ancho del territorio nacional, pero con mayor incidencia en las ciudades que aglutinan mayor población.
Acumular expedientes con casos no resueltos no es tarea de la institución policial porque desdicen de su capacidad y de su responsabilidad. Estos casos  sólo conforman una historia: la de la impunidad y la indolencia.
No creemos que el comisionado Sabillón esté pensando en esas historias de crímenes no resueltos, de investigaciones inconclusas sin pruebas contundentes, porque estaría palideciendo aún más el rol de la institución policial.
La historia de las víctimas clama justicia y es deber de la policía en conjunto con los otros organismos operadores de justicia responder a ese reclamo, pero no contando historias inconclusas, sino  tangibles de investigaciones que lleven a dar con los autores de los crímenes y el juzgamiento de sus autores.
Eso sí  sería una buena historia que pondría el nombre de la institución policial muy en alto y daría paz a la angustia que a diario viven los familiares de las víctimas.
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