
Lord Byron, uno de los más grandes poetas en lengua inglesa, no se distinguió nunca por su sana conducta. Al contrario, su comportamiento depravado lo llevó a protagonizar una serie de escándalos notables, como haber procreado, incluso, un hijo con su propia hermana.
Pero cómo dicen por ahí, de los abrojos también nacen frutos maravillosos. El brillante, aunque disoluto creador de versos, tuvo con su esposa una hija dotada de una inteligencia superior a la de su padre, adobada con las virtudes de las que aquel careció siempre: templanza, abnegación y, sobre todo, la tozudez necesaria para estudiar matemáticas y ciencias.
En efecto, Ada Augusta Byron, quien fue criada por su madre, dedicó su vida entera al cultivo de las ciencias básicas. Amaba las matemáticas y la mecánica. A los 25 años, desarrolló el primer código informático y su algoritmo, cuando las computadoras ni siquiera rondaban los sueños de los científicos.
Muchos no lo saben, pero esta chiquilla decimonónica es la precursora de la más grande gesta intelectual de todos los tiempos: La segunda revolución cognitiva, comparada únicamente con el momento en que los homínidos comenzaron a comunicarse, aprender a vivir en sociedad y cooperar en gran escala, para con ello dominar sin ambages el planeta entero.
Lo triste de todo, es que nadie le hizo caso a la joven Baronesa Byron. El hecho de haber nacido mujer la vedaba para ser tomada en cuenta en los círculos intelectuales de su tiempo. Tendrían que pasar más de cien años para que a alguien se le ocurriera que los aportes de la joven inglesa podrían convertirse en una realidad útil para mejorar el mundo. Ella preconizó la existencia de máquinas que serían capaces, no solo de hacer cálculos de manera más rápida que la mente humana, sino que además, podrían hacer cosas reservadas hasta entonces, a la inteligencia natural de las personas.
La visión de la joven británica quedó sepultada por la ignorancia e incompetencia de sus contemporáneos durante más de cien años, hasta que Alan Turing, un joven matemático, también británico, la resucitó a mediados de los años treinta del siglo pasado y puso la primera piedra de lo que hoy conocemos como la madre de todas las revoluciones tecnológicas: La inteligencia artificial.
Más terrible aun es que la explosión tecnológica que representa la irrupción de mentes artificiales, capaces de desarrollar actividades e inventos de todo tipo sin que para ello medie la creatividad que durante mas de 40 mil años fuera patrimonio exclusivo de la humanidad, tome a sociedades como la hondureña sin la menor posibilidad de aprovecharla para mejorar el bienestar de su gente.
En efecto, mientras la gente en Honduras trashuma pendiente de la política y las intrigas de palacio, un mundo de posibilidades de bonanza y prosperidad se expande en otros lugares menos sombríos del planeta.
Máquinas que piensan por si mismas, que aprenden y buscan maneras de regular el cambio climático, prevenir y curar enfermedades, viajar de manera mas veloz, entretenernos conforme a nuestra demanda individual de diversión, alimentarnos de forma saludable y tantas otras maravillas, mientras en estas honduras persistimos en el oscurantismo sin la más mínima señal de cambio. ¿Adónde iremos?
Según registros oficiales, hay en las zonas rurales de nuestro país más de 8 mil centros escolares que cuentan con uno o dos docentes para los primeros 6 grados de educación básica. La cobertura en educación media llega apenas al 50% de los jóvenes y para la otra mitad de jovencitos de entre 13 y 17 años, no existe ninguna posibilidad de preparación para el trabajo. Lo anterior nos deja al margen de cualquier posibilidad de adentrarse en la era tecnológica que estamos viviendo en estos días. ¿Qué hacer?
¿Pero quien habla de esto en la campaña política? ¿Quién será capaz de introducir al debate la necesidad de pensar en asegurar nutrición a nuestra niñez, a prevenir que se infecten con enfermedades respiratorias, a asegurar que tengan alimentos adecuados en sus centros escolares?
Parece que nadie.
Es más fácil ofrecer regalitos, decir que la luna será de queso y los ríos de leche que buscar un camino que nos ponga al día con los temas mas ingentes. Si no abandonamos la actitud que hace 200 años bloqueó los planteamientos preclaros de Ada Byron, no solo seguiremos siendo pobres, sino que estaremos condenados a desaparecer como sociedad.