
Dicen por ahí, que la diferencia entre la civilización y la anarquía es un plato de comida. La paz social será posible solo cuando nadie tenga que preocuparse por la comida que debe llevar día a día a su mesa. Faltan los alimentos y empieza la revolución. Y es bueno recordar: Ninguna revolución armada ha mejorado nada en la historia.
¿Cómo es que, en un mundo tan avanzado, dotado de posibilidades infinitas para fabricar armas mortales, tan altamente comunicado, con tecnología para curar enfermedades de manera milagrosa y capacidad de producir alimentos de manera tan eficiente, haya tanta gente padeciendo hambre?
En Honduras, por ejemplo, hay zonas como San Francisco de Opalaca o San Marcos de la Sierra en occidente, Marcovia y Coray en el sur, Brus Laguna y Wuampusirpi en el Caribe, donde las familias perviven de mendrugos, sin saber lo que es un trozo de carne de cerdo para fortalecer sus músculos y vitalizar su cerebro, sin probar en meses una fruta o legumbres que provean minerales para endurecer sus huesos y mejorar sus defensas. Son, por tanto, personas con vida precaria, que mueren jóvenes, cuya única esperanza es escapar del país.
¿Cómo no entender que el resentimiento y la violencia afloren en estas comunidades? La mala alimentación les provoca desnutrición crónica y aguda, el excesivo calor germina insectos, provoca enfermedades digestivas y llagas en la piel, caída de cabello y caries que acaba prematuramente con su dentadura. Un viaje a estas comunidades es retroceder en el tiempo al siglo XIII europeo.
Mientras tanto los políticos del patio, ajenos a la tragedia desgarradora que viven estas comunidades, se regodean en sus pleitos de fanfarria, soñando con la forma más eficaz de retener el poder y destruir al enemigo o ávidos de volver a sostener la llave del erario para enchambar a su familia, negociar los contratos que les garanticen la prosperidad eterna y el pago a quienes invierten en la campaña.
¿Quién se percata de esta triste situación? El deterioro se agudiza tanto que solo hay algo seguro: cuatro años no serán suficientes para revertir la desolación que viene. Sin embargo, a ellos les parece que no. Los partidos más grandes han organizado equipos que, durante la campaña, elaboran castillos en el aire, no para engañar a esa pobre gente con promesas imposibles, sino, y eso es lo triste, para engañarse a sí mismos, creyéndose el cuento de que así serán los héroes que salven al país.
¿Qué se puede hacer para mitigar las consecuencias de los desmanes provocados por tanta irresponsabilidad? A corto plazo hay que enviar comida a esos millones que hoy están pasando hambre. Vale la pena acudir al PMA, FIDA y FAO y demás instancias internacionales que pueden proveer asistencia técnica para asegurar la eficiencia de la operación. Se puede utilizar para ello, por ejemplo, los excedentes que el gobierno de muchos países desarrollados como japón o Estados Unidos compran a sus productores y que acaban tirando al mar.
A mediano y largo plazo, la solución pasa por aumentar la oferta de alimentos. Para ello es indispensable fomentar la investigación agrícola para mejorar la productividad. La agricultura hondureña es muy poco redituable, sobre todo en zonas rurales, debido a la persistencia de tecnologías deficientes y anacrónicas.
Está claro que el estado ha sido lo más ineficiente para lograr dicho cometido. La experiencia nacional e internacional nos muestra que lo mejor es dar incentivos fiscales para que sea el sector privado quien se encargue de la tarea. Es indispensable una revolución verde en Honduras, como la que en los años 90 llevó a Vietnam a ser el mayor productor agrícola de Asia Oriental, después de una guerra que los dejó en situación miserable.
Podría también seguirse el ejemplo de Brasil y promover la creación de grandes y medianas empresas agrícolas. Solo la producción a escala puede hacer que la agricultura sea un buen negocio. La imagen idílica de que los pequeños productores generan soberanía alimentaria es totalmente falsa y solo ahonda el círculo vicioso de la miseria.
Pero lo anterior será imposible si quienes persiguen el poder continúan perseverando en mantener un gobierno gordo y reumático, que se piensa proveedor y sanador de las múltiples enfermedades que tienen a nuestra economía postrada. ¿Debe haber Estado? ¡Pues ni modo! Pero que sea pequeñito y ágil para facilitar el crecimiento a trabajadores y empresarios.