Tegucigalpa, Honduras. Con las palabras también se gobierna, entonces hay que hacerlo bien.
No es fácil interpretar lo que las audiencias quieren escuchar o lo que buscan las personas votantes, pero hay aciertos y desaciertos.
Por ejemplo, durante estos dos años de gobierno, la línea discursiva de la mandataria Xiomara Castro es más de campaña interna (ni siquiera para las Generales) que de gestión presidencial.
La narrativa futurista es para cuando pedimos votos, sin embargo, ella sigue recordando lo que pasó y anunciando lo que va a hacer, no lo que ha hecho, lo que crea una distorsión en su sistema de comunicación, pues no logra influir ni conectar entre la ciudadanía en general, al haber una marcada separación en lo que quiere decir y lo que la gente quiere escuchar.
Ese viaje discursivo concentrado en el pasado y futuro, y eliminando el presente, le puede restar los votos robados a su candidata Rixi Moncada, pues si así es la madrina, así será la ahijada.
Y es que el fan service en el discurso presidencial se concentra únicamente en los correligionarios de Libertad y Refundación, quienes en realidad no lo necesitan, pues ya pertenecen a sus filas partidarias, así que ¿para qué desgastarnos en usar técnicas persuasivas en un público que ya decidió confiar en nosotros/as?
Nunca antes como ahora se había visto a una figura presidencial atender únicamente a sus adeptos, sin superar la época electoral. El esfuerzo se dirige a hablar para sus correligionarios, buscando aplausos que ya ganó.
Por supuesto que se enchina la piel con un “prohibido olvidar que somos resistencia”, “hasta la victoria siempre”, “hasta que la dignidad se haga costumbre”, “ni olvido ni perdón”, etc. Pero eso es hablar para ellos mismos, dejando fuera el gran músculo electoral que definirá a la siguiente persona en ocupar la silla presidencial.
Todos sabemos -y lo reafirmamos con las tendencias que marcan las encuestas preelectoreras- que por sí solo es muy difícil que un partido político alcance la victoria, y no solo en lo referente a la necesidad imperiosa de alianzas, sino a captar, atraer y retener a las y los votantes indecisos, a los que no los mueve una narrativa reiterativa en la que desde el poder se declaran en resistencia y que solo son líricas que se repiten como credo entre ideólogos e ideologizados.
Si medimos la fuerza y relación entre el lenguaje y el poder, ya con eso perdieron, pues parece que tanto la presidenta Xiomara como Rixi están en campaña para las Internas, atrapadas en el queremos y no en el hacemos.
Es imperativo replantear. Hablarle al pueblo (a todo el pueblo), ser intérprete social, sabueso de lo que la gente necesita y quiere escuchar, ser diestro en maniobras discursivas que luego amarren con hechos (de verdad, para no ser material de fact-checking).
Bukele interpretó el hastío y rechazo hacia la clase política tradicional y enarboló la bandera de la seguridad; Milei se entregó al odio, ira y radicalismo e inmediatamente logró que el mundo hablara de él. Mientras, en Honduras seguimos peleando por la izquierda, derecha y centro, como si un país tan pobre estuviera de ánimos para hablar de caminos ideológicos.
Una vez seducidas las audiencias, quizá no sea necesario esperar un ambiente para cuartas urnas, hacer lo que se tenga que hacer para eternizar en el poder o recurrir al proselitismo y asistencialismos para rogar por el apoyo del soberano, pues -cuando las necesidades de la población se cumplen-, lo ilegal termina por no estorbar. Veamos el caso de El Salvador, por ejemplo: nunca antes el continuismo tuvo una connotación tan positiva como ahora.
El punto de inflexión será ver si en esta revisión de medio término se hace borrón y cuenta nueva, se “esconde” o “aísla” a funcionarios bocones -al menos mientras recuperan la fe de los votos prestados-, se refresca el gabinete presidencial, porque ya no es momento de pagar favores ni de llenar puestos por afinidad, consanguinidad y camaradería; se deben rodear de estrategas y técnicos dispuestos a usar cualquier cantidad de cloro para lavarle la cara al gobierno. Regresar a la reconciliación sin perder el rumbo ideológico; medir fuerzas antes de actuar; ceder en lo mínimo para vencer en lo realmente importante. Guste o no. El sabio Valle aconsejaba prudencia a los gobiernos, justo el atributo del que menos gozan los contemporáneos.