En la iglesia católica donde voy a celebrar la Acción de Gracias, el pasado domingo hubo una subasta al final de la Eucaristía. El techo de un lateral del edificio se encuentra en mal estado, y una descarga de agua y viento de cualquier tormenta lo puede derrumbar. El párroco, junto al grupo de feligreses que colaboran en el culto y menesteres del templo, decidió hacer una subasta para recaudar fondos con los que afrontar la reparación. Dos semanas atrás, al finalizar la misa, expuso el problema a los presentes proponiendo subastar una preciosa Biblia, que por su tamaño incluso puede colocarse en un atril. A quienes deseaban colaborar se les tomaba el nombre y entregaba un sobre numerado para depositar el dinero, con el siguiente mensaje impreso: “Aportación mínima 20 lempiras”.
El día de la subasta, a la entrada del templo, situaron una mesa petitoria con tres parroquianos, animando a los que llegan a tomar un sobre y participar. Sobre la mesa, a la vista de todos, a modo de incentivo, la hermosa Biblia como presea. Terminada la ceremonia religiosa nadie se movió de los bancos, aunque no hubieran colaborado, todos deseaban presenciar el mecanismo de adjudicación del premio: la apertura de los sobres, el dinero recaudado, y, finalmente, quien había sido el ganador de la banda presidencial para los próximos cuatro años. No se trata de una ficción metafórica. La subasta se realizó, y una familia se ganó la Biblia. Precisamente fueron las similitudes observadas entre la subasta con las que presenta la campaña electoral, que alumbraron el símil. Mostremos algunas.
La iglesia que nos identifica, casa común donde todos tenemos cabida, se llama Honduras, que demanda reparaciones en su infraestructura y ajustes para su desarrollo, porque corremos el riesgo de que colapse. No hay hogar que con el paso del tiempo no necesite mantenimiento, incluso reformas y mejoras, porque la familia aumenta y también las necesidades de sus miembros. El próximo mes de noviembre el electorado ha sido convocado a la subasta de Honduras. Tenemos la obligación moral y el deber ciudadano de participar. No hay justificación para desentenderse, hacerlo implica darle la espalda al futuro de nuestros hijos. Si el techo de nuestro hogar termina por desplomarse todos seremos responsables.
El 28 de noviembre elegimos las mejores ideas, no las caras mejor maquilladas. Las mejores propuestas, no los mejores insultos. El programa más coherente y plausible, no el brindis al sol de utopías irrealizables. Votaremos por quien tenga la mayor experiencia y disposición, no la boca más grande para la confrontación; por quien se comprometa en fortalecer la unidad familiar, no por quienes promueven el libertinaje y su desintegración. Confiaremos en la experiencia de quien sepa desarrollar las infraestructuras viales y poblacionales que necesita el pais, no en trileros que dicen saber hacer mejor que nadie lo que nunca conocieron ni hicieron. Confiaremos el voto al que más trabaja con humildad, no al que mejor viste con altanería; al que sea temeroso de Dios y en Él ponga su confianza, nunca al que su dios sea el espejo. Apoyaremos a quien asimile que el cargo implica servir a la sociedad, no a quien lo considere un derecho merecido y que la sociedad le debe. En definitiva, estaremos con el candidato que haya mostrado valores cristianos, respeto por la dignidad de las personas y tolerancia; nos alejaremos de quienes sustituyen a Dios por el pueblo, de quienes la soberbia y prepotencia no dejan espacio para la humildad.
En la iglesia, los sobres se abrieron ante testigos, el dinero, cuales votos, fue contado y sumado. Finalmente una familia gano la subasta y todos los parroquianos aplaudieron. El techo podrá ser reparado. No esperamos lo mismo para Honduras en noviembre. Los Morlocks han inoculado en la opinión pública la percepción, el sentimiento, de que el Partido Nacional solo puede ganar con fraude, aunque el escrutinio final demuestre lo contrario. Estrategia calcada de la del 2017. Si las MOEs avalan los resultados dirán que fueron sobornadas. Tenemos un nuevo censo depurado, elogiado por la comunidad internacional, no importa, aseguran que “el gobierno ha mandado imprimir un millón de identidades falsas”. Necesitan generar incertidumbre. Prefieren que se derrumbe el tejado de la iglesia antes de reconocer su fracaso.
“Cuidado con los falsos conocimientos, son más peligrosos que la ignorancia” -Bernard Shaw-