No son días buenos para Honduras. Nunca lo han sido. Llevamos ya dos siglos en la desventura de ser uno de los países más pobres del hemisferio. ¡Nunca el país ha tenido un momento de paz y prosperidad! Hemos caminado de manera impúdica por el rumbo contrario al de la historia.
No detectamos a tiempo las células que desde principio invadían el tejido social y ahora pervivimos dejados de cualquier viso de orden que conlleve a la prosperidad. Seguimos siendo pobres e inseguros y cada vez más desesperanzados.
Si la elección de 2021 generó alguna expectativa, los hechos y las acciones de los de siempre las rompieron en pedazos. Unos debido a su impericia, otros, en su afán de destruir lo poco que el gobierno tenga la intención de hacer para solventar los problemas. Es imposible llegar a acuerdos consensuados con inteligencia con el fin de encaminarnos hacia el desarrollo. La divisa de unos es quedarse y buscar impunidad, la de los otros, desbaratarle la intención al oponente.
El problema de hecho es moral, estriba en que, en el imaginario colectivo, los valores empujan hacia la miseria, porque siempre es más fácil cargar en otros la responsabilidad de vivir y buscar la felicidad y bienestar que la gente debería buscar por si misma. Así, al abdicar de la libertad para buscar la prosperidad, las personas entregan al estado, a un ente ajeno a sus deseos, la posibilidad lograr el éxito por si mismo. Ese es el principio de la enfermedad.
La distorsión cognitiva que consiste en no ver al estado como su agente para garantizar las libertades y no como el provisor de bienes, servicios y hasta la alegría, convierte al individuo en autómata, lo enferma de catatonia y le obsequia un despertar amargo al enterarse de que lo único eficiente que los políticos hicieron, fue romper en mil pedazos su esperanza.
Un buen ejemplo de lo dicho es lo que acontece con la elección de los Magistrados a la Corte Suprema de Justicia: en lugar de concentrar su integración en los méritos de los abogados propuestos, nuestros flamantes diputados han dedicado su esfuerzo en negociar su reparto valorando únicamente la posibilidad de tener jueces utilitarios a la disposición de sus ambiciones, todo ello con la aquiescencia de todas y todos, incluidos medios de comunicación y redes sociales.
Siguiendo a Steven Pinker, el connotado sicólogo experimental de Harvard, el comportamiento de los políticos es absolutamente natural. La mejor prueba de esto es que quienes eran oposición en 2016 y hoy son gobierno, asumen el día de hoy, idéntico comportamiento al que antes condenaban.
Según el profesor Pinker, no corresponde a los diputados actuar de forma diferente, sino a la sociedad que los eligió. Lamentablemente, el ciudadano común parece asumir que dicha conducta es buena, ya que acepta que sería la propia si estuviera en lugar de los diputados.
Entonces, más allá de condenar la hemiplejia que exhiben los políticos, debemos esforzarnos por cambiar nuestros valores. Solo construyendo valores hegemónicos basados en una conducta social inteligente podremos lograr una sociedad inteligente.
Si para la gente es bueno que los empresarios “arreglen” por su cuenta con el gobierno para obtener sus canonjías, si se considera razonable que la abogada Ana Pineda no sea considerada para Integrar la Corte, porque no tiene un partido que la apadrine, si está muy bien despedir al director de Servicio Civil porque quiere hacer cambios que permitan que se adecente el servicio público, ¿De qué nos quejamos? Sigamos siendo pobres en la esperanza de que algún día la tortilla dará vuelta y nos tocará gobernar a nosotros.
Ojalá y algún día Honduras cambie para bien. No está demás intentar que las cosas cambien, pero hay que trabajar en ello siguiendo el ejemplo de quienes lo han logrado con éxito.