
La pobreza es uno de los tópicos centrales en las plataformas mediáticas en las sociedades latinoamericanas. No es casualidad entonces, que los políticos de estas latitudes prometan una y otra vez en sus campañas políticas, cuando al son de las palabras buscan el poder, ayudar a los mas necesitados.
Suena lógico: los pobres, al ser la arrolladora mayoría en nuestro país, constituyen el objeto primario del discurso político y otros subterfugios a los que acuden los cazadores del poder.
Dice la voz popular, que es mas fácil que Dios nos perdone por el mal que hemos hecho que por el bien que no quisimos hacer. No cabe duda de que la práctica más deleznable de quienes gobiernan en países como el nuestro es eludir las acciones que en el largo plazo darán sostenibilidad a la sociedad y cambiarlas por acciones mediáticas cortoplacistas, que atraerán votos en la próxima campaña, a cambio de más miseria futura.
Todo lo anterior a propósito de algunas cosas que se ven y escuchan en los noticieros. Resulta terrible -hasta deprimente- enterarse de acciones que autoridades y políticos difunden como grandes planes para sacar a la gente de la miseria. Vale la pena preguntarse si realmente estarán convencidos de que con sus acciones populistas ayudarán a la gente o solo usan el sainete para ganar las elecciones y así seguir disfrutando de las canonjías que da el poder.
En cualquiera de los dos casos, quien pagará por la irresponsabilidad de ellos, será la gente que ancestralmente viene sufriendo y que continuará en su padecer, de persistir en su contumacia, aquellos que se creen signados por la providencia para guiar estos pueblos.
Lo primero es esa obsesión casi procaz por regalarle dinero a los pobres, bajo el entendido desvergonzado, de que con esto ganarán su buena voluntad y que esta se transformará luego en votos. Probablemente tendrán éxito.
La gente en su desesperación agradece y alaba este tipo de actitudes, sin pensar en que la consecuencia es solo dependencia, cierre de oportunidades y por ende mayor pobreza futura. Lo mas triste de todo, es leer que los organismos financieros y donantes, no solo aprueban, sino que impulsan este tipo de programas.
La ciencia económica ha estudiado fenómenos como este durante mas de dos siglos. Uno de los elementos básicos de la teoría de precios, apunta justamente a que toda decisión económica que tomen los agentes sociales, llámense estos gobierno, familias o empresas, implica automáticamente la renuncia a otra fuente de mejora económica. Cuando el gobierno decide utilizar los recursos de todos, para financiar actividades de este tipo, está privando, por defecto, a las generaciones futuras de la posibilidad de conseguir mayor bienestar. Esto no deja de ser un crimen por el que, lamentablemente, nadie pagará.
Ya la historia nos alecciona al respecto. Roma, por ejemplo; fue durante siglos, la sociedad hegemónica en la cultura de occidente, sobre todo durante la última etapa de la antigüedad. Su forma de organización social, la manera en que se gestionaba el poder, su arquitectura y diseño de infraestructura, su ejército y modelo de seguridad, ejercieron notable influencia durante siglos.
Sin embargo, sus políticos poco a poco fueron perdiendo su norte, al grado que llegaron a considerar éticamente válido el regalar “pan y circo” al pueblo, a manera de tenerlo contento. Y allí estuvo el principio de su destrucción. Ese poderoso imperio que un día dominó la cultura mundial hoy solo es un recuerdo aleccionador que, algo debe indicarnos para no replicar en nuestras sociedades.
Otros países, en cambio, constituyen ejemplos claros a seguir para quienes desean de forma genuina cambiar su realidad. Aquí cerca, por ejemplo, Costa Rica eliminó su ejército en diciembre de 1948 y con ello, no solo le generó ahorros adecuados a su sociedad, sino que le brindó al mundo una señal clara: cualquier cambio que implique eliminación de la violencia a cambio en exaltación del conocimiento, hará de esa nación, un modelo de bienestar que muchos deberían seguir.
Ojalá y lo entendamos. Aun estamos a tiempo, porque si Roma con toda su gloria desapareció, ¿Qué podría impedir que a nosotros nos suceda lo mismo?







