Me llama mucho la atención y a la vez me divierte, todo el alboroto que arma la prensa cada vez que viene una misión del Fondo Monetario Internacional al país. Intuyo que Honduras debe ser el único lugar del mundo en el que la llegada de una Misión Técnica de este organismo es todo un acontecimiento nacional. ¿Tan ávidos de visitas estamos? ¡Cómo no vienen turistas!
Pero la histeria provocada por estas impávidas e impasibles misiones no es nueva: Desde que comencé a trabajar en la Secretaría de Finanzas, a inicios de los 90s, el anuncio de la llegada de “La Misión” era motivo de correrías, pánico y hasta algarabía en la oficina. Debíamos tener todo preparado, no había espacio para errores; una cifra mal puesta o una falla en el cálculo del déficit, te podía costar el puesto.
Recuerdo, además, la importancia que desde esos inmemoriales tiempos se le daba la capacitación en esos organismos: El Instituto del FMI nos daba seminarios y diplomas en distintos temas. A mi me tocó ir a Washington a un curso de seis meses en “Programación Financiera” y después a uno sobre “Finanzas Públicas”. Tener un cartón del “Fondo” era como el sumun de las aspiraciones de los técnicos del Banco Central y de Hacienda.
Algo similar sucedía con los otros organismos: Todos veíamos con respeto sacrosanto a los integrantes de delegaciones del Banco Mundial o del BID. En nuestro fuero interno, muchos de nosotros, acostumbrados a lidiar con cifras y modelos empíricos de comportamiento económico, deseábamos formar parte algún día de estos conspicuos equipos, que examinaban con ojo clínico nuestros cuadritos en “Lotus”, no solo por los buenos sueldos que ganaban y lo bonito de sus trajes, sino por el halo de infalibilidad que expedían, lo cual los hacía ser recibidos por autoridades, medios de comunicación y nosotros, los simples empleados de escritorio, como si fueran el Papa o el mismísimo Cristo en persona.
Así es que, pese a mi sorna de viejito pontificador, a la casi compasión que me provocan los periodistas que no paran de preguntar a qué viene la tremebunda “Misión”, debo aceptar que el consabido malinchismo conque en Honduras vemos al “hombre blanco” que viene a escrutarnos, no es privativo de nuestra ancestral ignorancia, sino probablemente de esa baja autoestima aun no solucionada que tanto nos impide salir del atraso.
En países “serios”, provistos de una mejor calificación de sí mismos, el FMI o el BID son tan importantes como cualquier cooperativa. En Costa Rica o Uruguay, los ciudadanos de a pie apenas saben que existe y no le tienen “buena sangre”. Si acaso uno que otro miembro de la nomenclatura burocrática de nuestros subdesarrollados países logra colarse en su estructura, pues lo celebrará el afortunado y su familia, nadie mas.
Pero acá pretendemos festejar hasta el nombramiento de un cargo de “Asesor Senior” como si fuera la conquista de un prócer decimonónico. ¡No tales! El país no gana nada con el nombramiento; los bancos son instrumentos de apoyo a personas y países -no hay que demonizarlos- en donde lo que cuenta es el cumplimiento de objetivos estratégicos organizacionales. Pensar en esto como un logro para Honduras, es como creer que una medalla olímpica en equitación nos sacará del subdesarrollo.
Quizás si entendiéramos lo dicho en el párrafo anterior con propiedad, podríamos darle al BID, al FMI o al BM, la connotación que ameritan. No son los culpables de nuestro atraso, tampoco pueden garantizar el fin de la pobreza, mortalidad e ingobernabilidad en nuestro país. Son órganos del tinglado internacional, que bien utilizados pueden servirnos de apoyo en los propósitos sociales. Pero la responsabilidad es nuestra.
Nosotros mismos, los ciudadanos de a pie, pagamos su sueldo y sus instrumentos de trabajo, también tenemos un espacio dentro de su administración. ¡Usémoslos correctamente, pero con dignidad! Dejemos de pensar en ellos como ángeles o demonios y construyamos con nuestro trabajo honesto nuestro paraíso.