Coco

Por: Julio Raudales

Tegucigalpa.- América, el continente más diverso del globo, también el más desigual y dividido cultural y económicamente, el único que extiende sus parajes de polo a polo, la porción del planeta que ocupa en sí un hemisferio, es a la vez el corazón del novísimo desarrollo y el alma de la cultura post moderna que marcó y marcará el destino de los seres humanos en los siglos XX y XXI.

Su economía representa la tercera parte de la producción mundial con 25 billones de US$ (aunque solo Estados Unidos produce 17.5 de éstos), sus territorios son también un tercio de las tierras emergidas del planeta y aunque su población es digamos, relativamente baja, es desde 1492 en que los europeos llegaron, el continente de mayor crecimiento demográfico.

¡Cuantos significantes y significados derivan del sincretismo que comenzó a forjarse hace ya más de medio milenio!, sobre todo el surgido del encuentro de los ibéricos e indígenas, cuya mezcla de culturas promovió en poco tiempo un bagaje amplísimo y jocundo que alimenta al mundo de maravillas.

Ahí, en medio de las dos grandes culturas que dividen las Américas, está el querido México, el catalizador de las mega tendencias socioeconómicas que confluyen a lo largo del continente, el país que quizás mejor represente al americano promedio, a aquel que se debate entre su herencia indígena y la búsqueda de un mejor destino a través de la innovación y el desarrollo.

México es, no solo el país que más y mejor influencia tiene en la América anglosajona, sino también en la latina; el territorio que exporta el mayor número de inmigrantes hacia Estados Unidos, pero el que más recibe del resto del continente. El inductor del intercambio cultural anglo-hispano, el co-creador del spanglish, los tacos gringos, el Tex-Mex y el folk sureño. México es pues, el pasado, presente y futuro de un continente que lucha por ser él.

Fui a ver Coco acompañado de mi esposa. La disfruté de principio a fin con el alma arrobada, sintiendo cómo la música puede ser a la vez, forjadora de riqueza material y espiritual, constructora de culturas y definidora de proezas místicas.

Pero también entendí ésta fantástica película de animación, como la lección que el sector cinematográfico, quizás uno de los más influyentes de la cultura norteamericana, quiso dar al señor que cree gobernar la nación que el gran pensador francés Aelxis de Toqueville llamó la sociedad del futuro.

Desde antes del ascenso al poder de Donald Trump, los artistas, el segundo sector que más genera crecimiento económico a los Estados Unidos, han dejado bien claro que ignorar o tratar de impedir el legado mexicano en la cultura y economía de aquel país, no solo es un error, sino una estupidez oceánica y Coco parece ser la cereza en el pastel que Hollywood quiso regalar al presidente en 2017.

La película es una carta de amor a México y a su legado cultural, esta vez representado en el fragor de la celebración del “Día de los Muertos”, en la unidad familiar y la esperanzadora búsqueda de mejores condiciones de vida que no siempre se logra con la migración y, sobre todo, de las maravillas que se pueden lograr cuando e alma humana da rienda suelta a su imaginación.

Coco es en buena medida, un llamado a la unidad cultural en esa parte de continente americano que parece generar división por la voluntad de un megalómano. Parece ser el cincel imaginario que romperá ese muro aun imaginario que alguien quiere construir para distanciar lo indisoluble. Es, en fin, una invitación a ser y comportarnos como una sola raza, una sola sociedad global, más allá de nuestras diferencias.

Toda coyuntura, por muy negativa que parezca, genera oportunidades y en esta ocasión podemos reinventar a partir de la famosa frase atribuida a Porfirio Díaz, “Pobre México, tan lejos de Dios y tan cerca de los Estados Unidos”, una más feliz: “Suerte de los Gringos, tan cerca de México y ojalá, tan lejos de Trump”.

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