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Capote

Luis Cosenza Jiménez

Cuenta un buen amigo, don Vicente Williams, que después de las “elecciones” de 1956, las que “ganara” por un amplio margen don Julio Lozano, en una reunión con el ex Presidente Gálvez este le dijo “les metiste capote, Julio”.  Unos meses después de esas “elecciones”, los militares mandaron a don Julio para su casa, así que de nada le sirvió haber “metido capote”.  Algo similar, aunque mediante elecciones libres y no cuestionadas, ha ocurrido en El Salvador, donde el Presidente Bukele “metió capote” al haber ganado una mayoría abrumadora en las elecciones legislativas.  El Presidente ahora no necesita el concurso de la oposición para gobernar, ni aún para imponer su voluntad en aquellos casos en los cuales se requiere mayoría calificada.  Seguramente que algunos celebrarán lo ocurrido, pensando que ahora se podrá tomar las decisiones, pospuestas durante largo tiempo, para que florezca la democracia y para que los salvadoreños salgan de la pobreza y el país emprenda la ruta del desarrollo y del respeto a los derechos de las personas.  ¿Pero será que estamos a la víspera de una milagrosa transformación de El Salvador, o simplemente presenciando la instauración de un régimen autoritario que decepcionará a propios y extraños?  Analicemos la situación para que cada quien llegue a sus conclusiones.

En primer lugar debemos aceptar que lo ocurrido en El Salvador es el resultado del fracaso de la clase política tradicional. La situación económica de la mayoría de la población no ha mejorado, la inseguridad agobia a los ciudadanos y la corrupción ha llegado hasta los más altos niveles del gobierno.  El ex Presidente Saca fue sentenciado a guardar prisión por corrupción, y por señalamientos de corrupción el ex Presidente Funes migró a Nicaragua, mientras que el ex Presidente Flores falleció en la cárcel donde esperaba ser juzgado por acusaciones de corrupción.  Todos los últimos ex Presidentes de los tres partidos políticos que gobernaron últimamente el país han sido acusados de corrupción.  No debe sorprender, por tanto, que los salvadoreños le den la espalda precisamente a esos tres partidos y se vuelquen a apoyar el nuevo partido que ha creado el Presidente Bukele, en quien los salvadoreños ven, correcta o incorrectamente, a un líder, un joven carismático, dinámico, honesto y efectivo.  En pocas palabras, ven en él a su salvador.  Ven a quien les brinda liderazgo en momentos difíciles, combatiendo la pandemia, entregando computadoras a miles de estudiantes para que puedan participar en clases virtuales, y luchando contra la corrupción. No es difícil entender por qué la población le ha dado un masivo respaldo en las urnas.

Ahora bien, la experiencia nos enseña que el poder corrompe, y que el poder absoluto corrompe absolutamente.  Por supuesto que hay excepciones a toda regla y es posible que eso no ocurra con el Presidente Bukele, pero la mezcla de poder absoluto e instituciones débiles es sumamente peligrosa.  Por otro lado, una verdadera democracia requiere de una oposición vigorosa, organizada y efectiva, que proteja los derechos e intereses de la minoría, en pocas palabras, requiere de pesos y contrapesos.  Frente a resultados electorales como los obtenidos por el Presidente Bukele es fácil caer en la tentación de demonizar y aplastar a la oposición, y además eliminar los pesos y contrapesos imprescindibles para el funcionamiento de la democracia.  Por supuesto que es posible resistir la tentación, pero la historia nos dice que es sumamente difícil.

Lo que típicamente ocurre en estos casos es que rápidamente aparecen los sicofantes, quienes buscan su provecho personal por medio de la permanencia de su líder en el poder.  Para ello, le hacen creer que está obligado a sacrificarse, y permanecer en el poder, para beneficio del pueblo.  Vea usted lo que tradicionalmente ha ocurrido en América Latina.  De hecho, que yo sepa el único líder que entregó voluntariamente el poder en la cúspide de su popularidad, y cuando muchos le pedían que se sacrificara y siguiera en el poder, fue George Washington.  Pudo haberse quedado por muchos años en la Presidencia, pero fue fiel a sus principios democráticos y entendió la importancia de la alternabilidad en el poder para establecer una naciente democracia.

No hay duda que el resultado electoral que se ha dado en El Salvador puede ser usado para bien.  Tampoco hay duda que puede usarse  para mal. ¿Qué sucederá?  No me atrevo a pronosticar.  Habrá que observar su comportamiento.  Si promueve reformas constitucionales que incrementen el poder del Presidente a expensas de los otros poderes del Estado, si busca controlar el poder Judicial para facilitar la reforma constitucional que permita su reelección (al igual que ocurrió en nuestro caso), entonces habrá que concluir que estamos frente a un autócrata con pretensiones de dictador.  Todo dependerá de la fibra moral del Presidente Bukele.  Veremos si su victoria exacerba la animadversión que profesa por la oposición o si, por el contrario, lo torna más tolerante con quienes discrepan con él.  Lo que sí parece ser cierto es que el “meter capote” no necesariamente es una bendición, como demuestra el caso de don Julio Lozano.

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