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AUTÓCRATAS SOLITARIOS

Luis Cosenza Jiménez

Actualmente, con mucho tacto, llamamos “autócratas” a quienes antes llamábamos dictadores.  Encabezan regímenes en los cuales su palabra es la ley.  La legislación y la institucionalidad vigente son aplicables siempre y cuando coincidan y convengan al iluminado autócrata.  Caso contrario son ignoradas y sustituidas por lo que decrete el autócrata. En general los autócratas llegan al poder utilizando los espacios que provee la democracia, particularmente los procesos electorales.  Usualmente ganan debido al desprestigio del gobierno saliente, causado por la corrupción, el narcotráfico y por ignorar las necesidades de los pobres. Participan en los procesos electorales, reclamando todos los derechos que les concede la ley, mientras internamente albergan la esperanza de acabar con el estado burgués e instalar una larga dictadura para “favorecer a los pobres”.  Como dice el Papa Francisco, “todo por los pobres, pero nada con los pobres”.  Ellos son los “iluminados”, poseedores exclusivos de la verdad.  Reciben la pleitesía de la cofradía que les rodea y adula, pero a la vez padecen la soledad.  Permítanme explicar por qué.

Tarde o temprano y para mantenerse en el poder los autócratas caen en la violación de los derechos de los ciudadanos y llegan a cometer crímenes de lesa humanidad.  Véase sino lo que ocurre en Venezuela, Cuba, Nicaragua, Irán, Rusia, China, Corea del Norte, Libia, entre otros. Además de torturas y asesinatos, obligan a sus poblaciones a padecer vejámenes y hasta morir en el proceso de migrar de su país. Si se desea conocer en detalle el sufrimiento de estas personas solo tenemos que viajar a Danlí y conversar con los migrantes. Por supuesto que esas medidas a las que recurren los autócratas son rechazadas por la población, y a pesar de lo que pueda decirles la camarilla que les rodea, ellos saben que generan resentimiento y hasta odio. Temen, por tanto, al pueblo y crean verdaderos aparatos represivos para controlar a la gente y proteger al dictador. En algunos casos la situación es tan grave que la comunidad internacional se ve obligada a intervenir, a pesar de los esfuerzos de los dictadores y sus corifeos. Tal es el caso de Vladimir Putin a quien se responsabiliza de las violaciones masivas de los derechos humanos ocasionados por la invasión (que él ordenó) de Ucrania. Como consecuencia de esto, el Tribunal Penal Internacional dictó una orden para el arresto de Putin. Si bien Putin no ha sido arrestado, la orden ha surtido efecto, obligándole a permanecer en Rusia y a viajar solamente a los países controlados por sus títeres, como Lukashenko, “presidente” de Bielorrusia. Por temor a ser arrestado, Putin no pudo viajar a Sudáfrica a la reunión que recientemente celebraron los países BRIC.

Así las cosas, todo parece indicar que los autócratas están condenados a permanecer en su país o a viajar a otro país controlado por otro autócrata.  Aunque insuficiente como castigo, es ciertamente más que merecido.  No obstante, esta situación tiene, lamentablemente, una consecuencia negativa. Los autócratas perciben, correctamente, que su seguridad personal y la de sus mal habidos bienes, depende de su permanencia en el poder. Eso los obliga a buscar por todos los medios a permanecer en el poder, o a trasladar el poder a un miembro de su familia de su total confianza.  Eso explica el por qué ahora contamos con “familias gobernantes”. Todo esto hace más difícil deponer al autócrata y transitar nuevamente por la ruta de la libertad y la democracia.  La experiencia, por lo menos en cuanto a Cuba, Venezuela y Nicaragua, hablando de nuestro Continente, es que la presión internacional es insuficiente.  No basta con eso para desalojar a los autócratas y al final se ha abandonado a esos pueblos a su pobre suerte.  La comunidad internacional ha decidido que es más importante respetar la soberanía de esas maltrechas naciones que enarbolar la bandera del respeto universal a los derechos humanos.  Además, la comunidad internacional teme que si se involucran en el rescate de esos países deberán también estar dispuestos a financiar por largos años la reconstrucción de esos pueblos.  Visto así, no debería sorprendernos la aparente indiferencia de la comunidad internacional ante el sufrimiento de esas naciones.

Lo que debería resultar evidente es que es mucho más fácil prevenir la llegada de los autócratas al poder que desalojarlos una vez que se apoderan de las riendas de una nación.  Eso requiere de gobernantes que respeten los derechos humanos, combatan la corrupción, sean eficientes y efectivos en el uso de los recursos públicos y atiendan prioritariamente las necesidades de los pobres. Ya en nuestro continente hemos perdido varios países al autoritarismo y otros nos encontramos en lo que pareciera ser el inicio del camino equivocado.  Como reiteradamente muestra la historia, la indiferencia de buenas personas ha llevado a varios autócratas al poder.  De poco sirve lamentarse posteriormente.  Hagamos oír nuestra voz y participemos en las actividades que fortalecen nuestra imperfecta democracia y nuestra débil institucionalidad. No lo dejemos para mañana.  Mañana podría ser muy tarde.

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