Por Alberto García Marrder
Especial para Proceso Digital, La tribuna y El País de Honduras de Honduras
Tras casi 40 años como corresponsal extranjero para una agencia de noticias española, es justo reconocer ahora a aquellos mentores que me ayudaron y me han alentado en Honduras (donde nací) y en Washington, Londres y Madrid, donde trabajé.
Sobre todo, tres esenciales que me enseñaron lo que en las escuelas o facultades de Periodismo no se enseña: más práctica y menos teoría. Tres periodistas españoles de enorme experiencia y sabiduría: Antonio Sánchez Gijón, Felipe Mellizo y Celso Collazo.

Sánchez Gijón me enseñó en los años sesenta el ABC de un periodista de agencia en la delegación de la Agencia EFE en Londres. Y en la primera semana de trabajo me estuvo tirando, con cierta arrogancia, a la papelera los borradores míos porque no servían. Hasta que aprendí y en menos de dos meses ya viajaba a Belfast (Irlanda del Norte) cada fin de semana para cubrir la guerra cívico-religiosa entre protestantes y católicos.
Así como a Praga, en 1969, para cubrir el primer aniversario de la invasión soviética, donde volvieron a salir los tanques rusos a las calles.
Sánchez -Gijón se convirtió luego en un brillante analista de política internacional y murió a los 83 años en 2018.

Mellizo, también en Londres, me enseñó a publicar en el diario “Pueblo” de Madrid, una serie de cinco capítulos de la presencia soviética en el Mediterráneo. Y siempre en la portada. Y mis comienzos literarios en la revista “Índice”. Y él fue clave para que EFE me admitiera en su oficina en Londres. Murió en el año 2000 a los 67 años. Además de mentor, fue un gran amigo.

Y Collazo, un periodista veterano y muy maestro de todos los jóvenes periodistas que nos acercábamos a él, me enseñó en Madrid a navegar en el difícil mundo de las agencias de noticias y no solo para ser los primeros, sino también los mejores. Celso fue el gran maestro. Y fue para EFE toda una leyenda ya que fue el que abrió las delegaciones de la agencia en Moscú, Washington, Nueva York y Londres, donde cultivé su amistad y enseñanzas. Murió a los 92 años en el 2014.
En Honduras, tuve el apoyo del poeta Oscar Acosta que me publicaba en el diario “El Día” de Tegucigalpa mis iniciales artículos, con el lema de “sigue enviándome más artículos tuyos Alberto.”

Y gracias especiales a Marlen Perdomo, directora del digital “Proceso Digital” de Tegucigalpa por dar cobijo a mis más de 15 años y más de 500 crónicas y reportajes publicados en su sitio de Internet. Y que no puso reparos en publicar 20 crónicas de mi carrera periodística en 20 días seguidos y con fotos, como es mi estilo.
También quiero mencionar, porque es justo, al historiador hondureño Mario Argueta, quien me anima a escribir mis memorias periodísticas para inspirar a los jóvenes que quieren ser periodistas. Consejo que no descarto y tengo en mente.
En Washington, donde fui “Bureau Chief” de EFE, tuve la suerte de coincidir con el famoso periodista hondureño Jacobo Goldstein, quien me introdujo al mundo de la radio y la televisión, que yo desconocía hasta entonces. Ambos cubrimos en Atlanta la convención del partido Demócrata en 1988. En una amigable competencia.

Y también en Washington, tuve el apoyo de la periodista francesa, Anne Leroux, que cuidaba mis ausencias en la oficina como la segunda y que me acompañó a la Casa Blanca a entrevistar al presidente Ronald Reagan, quien generosamente nos dio una foto autografiada del encuentro.
Y ya por último, pero no el menos importante, mis gracias y reconocimiento a Mario Vargas LLosa, el gran escritor peruano, recientemente fallecido en Lima.
En Londres, cuando todavía no le habían dado el Premio Nobel de Literatura, accedió a darme una larga entrevista para EFE, con el ruego que quería ver el borrador antes de su publicación. Habrá dudado de ese joven periodista, pienso.

A pocos días después, recibí una breve nota de él, aprobando el borrador y un “siga adelante Alberto, esto es un buen comienzo”.
Años después, y cuando yo era corresponsal de EFE en Miami, él me buscó a mí y no yo a él. Quería que desmintiera en su nombre una acusación de plagio que le había presentado el periodista Bernard Diederich. Este lo acusaba de haber copiado su “Mataron al Chivo” (sobre el asesinato del dictador dominicano Rafael Leónidas Trujillo) para escribir su novela “La Fiesta del Chivo”, la mejor de todas en mi opinión.
“Esto es ridículo y lo niego totalmente”, me dijo Vargas Llosa. Y sin pedirme esta vez ver un borrador antes de su publicación.
Y para rematar más, añadió: “¿Desde cuándo la historia es propiedad de un escritor o periodista? Los hechos históricos son públicos y están en los archivos dominicanos que he consultado”.
He leído los dos libros, el de Diederich pura historia periodística. La del peruano es historia, ficción y literatura, y la que más he disfrutado. Y el “Chivo” era el apodo que tenía entonces el dictador dominicano. Y se lo merecía.