Los pueblos nos dan a conocer lo que admiran, y sus valores, por medio de las leyendas e historias que más atesoran. En la memoria histórica Romana (antecesora de nuestra cultura hispánica) uno de los personajes más respetados —considerado el ideal de estadista— era Cincinato. Este se contrapone al perfil de Julio Cesar, luchador por el poder a toda costa.
Cincinato vivió de 519 a 430 a.C. Esto corresponde con el periodo inicial de la república romana. Era un patricio (noble) pero muy austero y frugal. Se dedicaba a las labores agrícolas, llevaba en el campo una vida sin comodidades y araba la tierra con sus propias manos.
En su caso, el abolengo no lo definía, sino más bien para darle más realce a su simplicidad. Tuvo una vida política activa, siendo conservador en sus posiciones. Su misma naturaleza austera, lo hacía renuente a los cambios (en este periodo, el avance político de los plebeyos), retirándose a su finca a labrar la tierra.
Durante las emergencias extremas, la operación normal de la constitución se suspendía temporalmente, nombrándose de parte del senado a un dictador (de allí viene el término) con plenos poderes, con un plazo máximo de 6 meses (no renovables). Al haber un peligro de invasión por parte de los Ecuos, se le eligió por aclamación para este puesto. La delegación de senadores (ver imagen) que fue a nombrarlo lo encontró en plena faena con un arado y bueyes. Él aceptó el encargo, y en 16 días preparó el ejército y fue a la batalla y derrotó a los invasores.
Lo más memorable viene después. De forma inmediata devolvió los fasces (símbolo del poder), regresando a su labranza con la mayor celeridad posible. Rechazó todos los honores o recompensas, más allá de haber servido a su patria. No lo hizo solo una vez: veinte años después, cuando ya llegaba a los ochenta años, fue llamado de nuevo para defender a la republica de Espurio Melio, que pretendía hacerse del poder por la fuerza. De nuevo, devolvió el poder al terminar su función.
El ejemplo de Cincinato tenía tres componentes que lo hacían muy atractivo: la humildad y austeridad de alguien de origen ilustre, la alta capacidad en cumplir una tarea difícil, y el desprendimiento del poder de alguien que tiene plenitud interior. El hecho de que haya sido uno de los proceres más célebres nos ejemplifica las virtudes romanas: frugalidad, austeridad, simplicidad, dignidad, y honradez.
Es un ejemplar de moralidad política (o de poder en cualquier esfera- económico, familiar, etc.) al ejercerlo de forma eficaz, y dejándolo antes de su plazo cuando ya no era necesaria su acción. Esto indica que su servicio era completamente desinteresado y humilde.
La historia de Roma, tal como la más moderna, nos indica que estos valores no han abundado como esperaríamos, pero considerarlos admirables y dignos de imitar es marca de una sociedad con valores.
El ejemplo es especialmente valioso en Latinoamérica, cuando desde el periodo de independencia el poder militar era sinónimo de poder político. Difícilmente los lideres militares podían contenerse de tomar el poder, patrón que ha persistido de diferentes formas (el poder es multiforme ahora). En esta región ha ocurrido mucho la búsqueda y sostenimiento en el poder a ultranza. Hemos necesitado más Cincinatos y menos Césares.