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Stiglitz y los “Neo-economistas”

Julio Raudales

El debate se enciende nuevamente en las redes y la causa esta vez es el “atento” llamado de un grupo de connotados profesores de economía, entre ellos el galardonado y mediático Joseph Stiglitz, para que los legisladores hondureños aprueben la denominada “Ley de Justicia Tributaria”.

Los afamados profesores, casi todos de la denominada corriente “keynesiana”, muy proclives a estimular el gasto público combinado con una política monetaria muy activa, sobre todo en momentos de recesión económica, enviaron una breve carta, seguramente solicitada por los neo-economistas que manejan la política fiscal hondureña, urgiendo la aprobación de la ley que duerme el sueño de los justos en las gavetas del legislativo hondureño.

Desacreditar la nota mediante la descalificación de sus autores sería una respuesta tonta por parte de los opositores a la citada reforma. Stiglitz, Varoufakis, Jefrey Sachs y los demás, son voces reconocidas en el debate académico y, sobre todo, en el manejo de las políticas públicas dirigidas a mejorar el bienestar de las sociedades más pobres del mundo. Otra cosa es examinar si sus trabajos y consejos resultaron exitosos o si sus propuestas provocaron los cambios deseados en los lugares donde han trabajado. Ese es un debate aparte.

Por otro lado, basta un vistazo breve a los indicadores sociales del país para entender la premura de los afamados científicos en pronunciarse. Honduras persiste de forma tozuda en mantenerse en los últimos lugares del mundo en cuanto a pobreza, indigencia, baja calidad y cobertura educativa, mala infraestructura, inseguridad y violencia. ¡Claro! Y si asumimos que estos indicadores se mantienen paupérrimos por la baja capacidad financiera del estado, es entendible que los profesores llamen a aprobar una reforma fiscal.

Lo que quizás no tuvieron tiempo de ver los expertos, es que para financiar su gasto, el estado hondureño utiliza mecanismos altamente expropiadores, no solo de los recursos del capital, pero sobre todo de los consumidores y aun de los mas pobres.

Ni en la propuesta de ley en discusión, ni en sus argumentos mediáticos, el director del SAR o el ministro, enseñan que el impuesto sobre ventas, al ser cobrado, provoca que la desigualdad aumente. Tampoco enseñan, porque quizás no han visto los estudios, que el impuesto a la renta en Honduras afecta el bienestar de la ínfima clase media, provocando que algunos hogares, por obra y gracia del citado tributo, pasan directamente a la pobreza.

Para nadie es ajeno, para todos los entendidos es claro, que el país requiere urgentemente de una reforma fiscal. Así lo han expresado incluso el FMI, el Banco Mundial, el BID y las Naciones Unidas. Lo que deja dudas es el enorme esfuerzo mediático y el desgaste político que ha provocado en los últimos 18 meses la propuesta presentada por los amigos del SAR, sin que además la misma nos muestre siquiera, cual es la recaudación adicional esperada o mucho menos un análisis de incidencia en la igualdad que tanto anuncian los heraldos de la propuesta.

La reforma fiscal que el país requiere debe dirigirse a generar incentivos a la productividad del capital y el trabajo. Esto, por supuesto, no implica continuar aplicando exoneraciones a diestra y siniestra. Ya la Organización Mundial del Comercio ha demostrado que este tipo de artificios son tan solo placebos y no impulsan el desarrollo.

¡Bajemos el impuesto general a la renta!, reduzcamos el IVM y traigamos más orden en su aplicación, reduzcamos el impuesto a los combustibles. Todas esas cosas se venían planteando en una propuesta de reforma preparada incluso por algunos de los actuales funcionarios. Es triste y decepcionante enterarse de cómo perdimos tiempo y recursos empujando la tal propuesta, para que, una vez llegados al poder, quienes más la empujaban ahora no la recuerdan.

Pero, sobre todo, hagamos una reforma integral, ¡bajemos el gasto público! concentremos éste en un plan maestro de infraestructura, apoyemos la educación, la salud y eliminemos la inseguridad.

Por último, hagamos un esfuerzo por ser consecuentes, traigamos a Stiiglitz o a Sachs y expliquémosles con honestidad lo que queremos hacer para que, de una vez, nos digan si de verdad estamos haciendo las cosas bien.

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