Ocotepeque (Honduras) – Si para salvar la vida de un hijo hay que mentir, eso mismo hicieron hace 50 años los hondureños Ángel Jaco y Teresa de Jesús Deras, para proteger a sus 14 vástagos durante la guerra de 100 horas que libraron Honduras y El Salvador, en julio de 1969 por viejos asuntos migratorios y limítrofes.
Esos momentos angustiosos fueron recordados por Reina Jaco, una de los 14 hijos de Ángel y Teresa de Jesús, de los que sobreviven nueve, en Ocotepeque, localidad del departamento occidental del mismo nombre y uno de los puntos fronterizos por donde entraron las tropas invasoras de El Salvador el 14 de julio de 1969.
«Mi padre mintió para protegernos», dijo Reina con sus ojos humedecidos de lágrimas mientras relataba, de pie frente a la iglesia católica de su pueblo, lo que entonces vivió.
Aquella pobre ciudad de Ocotepeque, 35 años atrás, el 7 junio de 1934, sufrió otra tragedia. Fue destruida por una fuerte crecida del río Marchala, y de lo poco que quedó en pie fue su hermosa iglesia, monumento que los habitantes del pequeño pueblo siguen conservando.
Un año después de la devastadora inundación, que dejó muchos muertos, sus habitantes supervivientes fundaban «Nueva Ocotepeque», a unos pocos kilómetros de distancia, siempre cerca de la frontera.
Nueva Ocotepeque también fue tomada por las tropas salvadoreñas, lo que hizo que su gente y de otros poblados fronterizos huyeran.
«Nos dijeron que nos saliéramos» (de Antigua Ocotepeque), había un grupo de soldados hondureños y nos regresaban. Volvíamos aquí, al pueblo de nosotros (…), mirábamos aquellas avionetas que andaban bombardeando; nos decían sálganse, allí vienen los salvadoreños a invadir Ocotepeque. Entonces, mi papá dijo: ‘preparémonos porque hoy sí nos vamos'», indicó Reina, quien en diciembre cumplirá 57 años.
Ángel no sabía a dónde ir para proteger a su familia. Pensaba en Esquipulas (Guatemala), pero no la conocía ni tenía dinero.
Cada uno de la familia, relató Reina, se hizo de un poco de ropa para llevar, dejando el resto de sus pertenencias en la casa.
Camino a cualquier parte, sin saber con precisión a dónde, pasaron por Ticante, donde hubo una cruenta lucha entre los dos ejércitos.
Luego de una larga caminata, Adán y su gente llegaron al poblado de El Naranjo, donde se toparon con cuatro militares salvadoreños.
Ángel les «imploró» que le dejaran seguir con su familia. La respuesta fue no, y que para ser interrogados serían llevados adonde el jefe, el general José Alberto Medrano (conocido como el ‘Chele’).
Entre un «macanazo» (muchos) de soldados salvadoreños, hubo uno que, según Reina, preguntó por qué no los habían «matado» y que si podía hacerlo él. El general dijo que no, que serían «interrogados».
Reina, humilde empleada de un estatal centro de atención social en Antigua Ocotepeque, y miembro de la parroquia, relató que a toda su familia la pusieron «en fila, del más grande al más chiquito, con las manos en la nuca» y la orden de «cierren la vista».
«Mi mamá fue la primera que habló cuando ya nos iban a matar. Una ametralladora nos tenían lista, nosotros mirábamos cómo morían las otras familias», añadió la hija de Teresa y Adán.
«¿De dónde sos vos?», le preguntó el general a Teresa. Ella le respondió que de La Reina, mientras que Adán dijo que era de San Vicente, ambos pueblos de El Salvador.
Como Adán había respondido que era de San Vicente, Medrano le dijo: «me vas a contestar catorce preguntas (…), si me las contestás te salvás vos y toda esa gente que andas llevando».
Adán fue respondiendo a todas las preguntas, hasta que llegó la última: «¿Cómo es la torre de San Vicente?», acotó Reina. Y resulta que Adán, quien conocía mucho de El Salvador, según lo expresado por su hija, llevaba en la bolsa de la camisa una postal de la torre del reloj de San Vicente, que mide 40 metros de altura, y se la mostró al general Medrano.
«Esta postal te ha salvado a vos y a tu familia», le expresó el general a Adán, además de indicarle que cinco soldados les llevarían hasta la línea fronteriza para que se fueran a El Salvador.
Camino hacia la frontera, rumbo a El Salvador, llegando a una quebrada, Adán terminó de convencer a los soldados para que les dejaran irse solos, aduciendo que conocían el camino.
Evocando a sus progenitores, Reina, madre de cuatro hijos y varios nietos, reiteró que su padre «mintió para protegernos. Nos salvó a nosotros mi papá, después de Dios».
La familia de Adán y Teresa de Jesús, lo mismo que el resto de habitantes de Antigua Ocotepeque, al volver a su pueblo desde Tierra Colorada, donde estuvieron refugiados durante varios semanas, hallaron sus casas «saqueadas por los militares salvadoreños».
Antigua Ocotepeque, destruida por el río Marchala en 1934 y víctima de la guerra de 1969, sigue marcando el tiempo entre la pobreza de su gente que aboga por ayuda gubernamental y que los hondureños no la olviden por ser de los sitios más lejanos del país.
Para Reina, quien de la guerra señaló «dicen que fue por fútbol», como erróneamente se conoció en el mundo, el pueblo de Antigua Ocotepeque es «bonito y sano», y «lo de la guerra, es bíblico».