El dirigente sandinista, que fue presidente de Nicaragua entre 1985 y 1990, regresó al cargo en enero pasado con el compromiso de combatir el hambre, establecer la gratuidad de la educación y la salud, luchar contra el analfabetismo y mantener en 15 centavos de dólar la tarifa de autobuses en Managua.
A sus 62 años ha retomado la retórica anti-estadounidense y una gestión personalista con la que, según sus críticos, pretende acabar con la institucionalidad democrática del país.
Nacido el 11 de noviembre de 1945 en la localidad de La Libertad, Daniel Ortega Saavedra comenzó en 1962 la carrera de Derecho en la Universidad Centroamericana (UCA) de Managua, pero dejó las aulas para ingresar al Frente Sandinista de Liberación Nacional (FSLN), con el que llegó al poder y cuya Secretaría General dirige desde julio de 1991.
En 1965 fue promovido a miembro de la dirección nacional del FSLN y en 1967, tras participar en un asalto a un banco y en un atentado contra un sicario del dictador Anastasio Somoza Debayle, estuvo prisionero del régimen durante siete años.
Recuperó la libertad en diciembre de 1974 junto a otros guerrilleros gracias a la acción de un comando sandinista que había tomado como rehenes a ministros y diplomáticos en la mansión de un ministro de Somoza.
Ortega, que tiene ocho hijos con la poetisa Rosario Murillo, perdió en la lucha antisomocista a su hermano Camilo, quien murió en un combate en 1978.
En 1984, en las primeras elecciones generales celebradas en Nicaragua tras el derrocamiento de Somoza, en las que la oposición no participó por alegada falta de condiciones democráticas, Ortega triunfó como candidato del FSLN.
En 1990 fracasó en el primer intento de reelección al ser derrotado por Violeta Barrios de Chamorro, pero regresó al poder al ganar los comicios de noviembre de 2006, en los que disputó la presidencia por quinta vez.
En los siete meses que lleva de su segundo mandato, Ortega se ha revelado como el principal aliado en Centroamérica de Chávez, quien lo ha visitado en tres ocasiones como muestra de lo que llama «solidaridad con carne, hueso y sangre».
El segundo mandato de Ortega ha sido blanco de numerosas críticas, entre ellas las del general retirado y disidente sandinista Hugo Torres, quien dijo a Efe que las primeras medidas de su gobierno indican que el presidente y su grupo más cercano quieren llevar adelante «un proyecto político, social, que sólo ellos conocen».
«Si nos guiamos por esas señales, éstas contradicen la institucionalidad establecida y la necesidad de fortalecerla», agregó Torres, diputado suplente por el Movimiento Renovador Sandinista (MRS).
Torres también cuestiona a Ortega porque en su afán de recuperar proyección internacional, «subordina la política exterior de Nicaragua, inclusive la política interna, a los intereses de Venezuela y del presidente Chávez, sobre todo».
En su nuevo ascenso al poder Ortega ha establecido una amistosa relación con la Iglesia católica, a través de la figura del cardenal Miguel Obando y Bravo, y con los empresarios, entre los que escogió a su vicepresidente, el ex banquero liberal disidente y diputado Jaime Morales Carazo.
Su relación con Washington, distante desde los años 70, sigue siendo de enfrentamiento y acusa a la administración de Estados Unidos de pagar a sus adversarios para que conspiren en su contra.
De su nueva gestión política, muchos dicen que, «como la sandía, es verde (demócrata) por fuera, pero roja (comunista) por dentro».
