Por Víctor Hugo Álvarez
Qué dolorosa es la historia de Honduras, bien lo afirmó Rafael Heliodoro Valle al señalar que se podría escribir en una lágrima y a la que el poeta Roberto Sosa añadió: Sí, una lágrima pero de sangre.
En los tres siglos antes del 15 de septiembre de 1821, hubo explotación y muerte. Lo inhumano de la conquista y la colonización se vio interrumpido con las raras excepciones de quienes se dedicaron a la defensa de nuestros antepasados, sobre todo miembros del clero.
Toda sumisión genera en si misma los anhelos libertarios entre quienes son víctimas del sometimiento y en los criollos de principios del siglo XIX fue alimentándose la idea de terminar con el yugo español para formar estados libres que construyeran su propio destino histórico.
Sin embargo, la independencia de España no dio los frutos esperados y las ideas republicanas no pudieron concretarse debido a múltiples factores. La situación que quiso superarse: la marginalidad, la exclusión, la pobreza, el analfabetismo y la falta de conciencia política permanece hasta nuestros días. Esos elementos negativos los hemos arrastrado durante los 195 años de vida republicana. No hemos podido conformar un estado nación que impulse el desarrollo y el bienestar de la creciente población hondureña.
Con el avanzar del tiempo hemos ido calcando modelos económicos que no calzan con las necesidades de nuestro pueblo, más la ausencia de planificación, la inexistencia de políticas sociales públicas, sumado a los intereses partidarios facilitan que cada gobierno actué con lineamientos parciales, sustentados en la visión partidaria o el pensar del gobernante y su equipo más inclinado a los intereses de los grupos de poder que a las necesidades de la población, pues el bien común ha estado ausente en la mentalidad y el accionar de quienes nos gobiernan y nos han gobernado
Por ello ha crecido la deuda social, pues el modelo representativo y no participativo de la democracia hondureña, no permite escuchar la voz de los de abajo, aunque el sector dirigente, se consideran legítimos representantes del pueblos y fieles intérpretes de la voluntad y necesidades populares.
Hoy el pueblo que se apresta para celebrar un aniversario más de la independencia de Centro América, se encuentra amarrado por nuevas cadenas: temor ante la inseguridad ciudadana, los llamados impuestos de guerra, la extorsión, amenaza continua a la vida, el egoísmo de quienes sólo velan por sus propios intereses, de los que quieren meternos a la fuerza, por encima de las leyes y en total irrespeto a las mismas, en una economía extractivista, depredadora de los recursos naturales y violadora de los derechos de los pueblos.
Desempolvamos la hazaña de hombres insignes que pensaron en un país distinto del que vivimos, pero pasada la conmemoración sus vidas, sus ejemplos y sus luchas vuelven a quedar en el olvido, no les hemos dejado que marquen la ruta del país. ¡Como hacen falta en nuestros días la figura de Cabañas, Dionisio de Herrera y Morazán. ¡
Un nuevo comienzo es más que necesario, cimentado en la credibilidad entre nosotros mismos y, sobre todo, en los valores cívicos sobre los que se asentó la república, para retomar el rumbo como pueblo amante de la paz, de la solidaridad, del respeto al prójimo y el empeño por un desarrollo sostenible que permita eliminar paulatinamente los grandes problemas que nos aquejan. Recobremos el respeto hacia nosotros mismos, a la dignidad y el honor, a los derechos de las personas, de los pueblos, de la naturaleza.
Que los tambores que lanzan al aire sus roncos tonos, no sirvan para ocultar una verdad, sino para alertarnos que no hemos logrado realmente alcanzar una independencia auténtica, la cual es posible aún en un modo intercomunicado y globalizado.