Yo quiero ver esos rostros

Por: Otto Martín Wolf

Hace unos días fue capturada una banda de asaltantes cuyo líder era nada menos que… una muchachita de quince años.

Con un revolver escondido dentro de una caja de alimentos subió a un taxi y, sin trazas de la inocencia que correspondería a alguien de su edad, sacó el arma y puso manos arriba al conductor, amenazándolo con aumentar su peso en 16 onzas si no le entregaba el dinero.

Cuando un menor de edad es capturado después de cometer un crimen terrible, las autoridades ponen especial cuidado en no mostrar el rostro del delincuente.

Creo que la inseguridad actual nos obliga a dejar esas actitudes pusilánimes.

Desintegración familiar, madres solteras, madres solteras múltiples (varios hijos de diferentes padres), pobreza, padre desconocido, padre irresponsable, desempleo, falta de seguridad, carencia de centros de rehabilitación adecuados; la lista es enorme, abrumadora.

Si nos ponemos a buscar las razones por las cuales los menores se dedican al crimen encontraremos muchas, tantas que difícilmente la sociedad podrá corregir eso en un futuro previsible.

Inclusive se ha llegado a mencionar que algunos programas de televisión y juegos de computadora desensibilizan el crimen, además de incitar a la violencia. Quienes lo dicen quizá tengan razón, también esa causa hay que ponerla en la lista de males a remediar.

El problema reside en que mientras el Estado y la sociedad tratan (lo estarán haciendo?) de solucionar todas las deficiencias, los niños delincuentes andan sueltos cometiendo toda clase de crímenes salvajes.

Mulas transportando drogas, vendedores de drogas al menudeo, recolectores de dinero de la extorsión, extorsionadores por cuenta propia una vez que aprenden el oficio, violadores, sicarios a sueldo e inclusive (cuando su conciencia ha pasado el punto de no regreso) asesinos por placer.

Andan sueltos, contando con la anuencia pasiva (que se podría calificar de cándida complicidad) de los defensores de los derechos de los niños, algunos grupos religiosos y, sobre todo, una sociedad temerosa de reclamar el derecho a salvar su vida.

Debería de bajarse la edad punible? Claro que sí y el castigo debe ser de acuerdo a la brutalidad del crimen, sin tomar en cuenta la edad del delincuente ni los atenuantes provenientes del ambiente y circunstancias de su crianza.

Claro, eso es una lucha difícil, cuesta arriba; ningún político ni organización defensora de la vida parecen tener la disposición o el valor de tomar esa bandera, pero hay que hacerlo.

Se debe empezar permitiendo que los rostros de los niños criminales sean expuestos al público, no como escarmiento ni nada parecido, dudo que eso tenga algún efecto.

Lo que se podría lograr exhibiendo sus caras es que la gente inocente sepa que detrás de un rostro de niño se encuentra un asesino y que su vida corre peligro.

Yo quiero ver esos rostros, yo quiero identificar a esa supuesta colegiala o a ese falso estudiante que quizá carga un puñal escondido dentro de sus libros y cuadernos -a lo mejor robados- quiero reconocerlo antes de que me lo ponga en el cuello para quitarme mis pertenencias… y quizá la vida.

El problema de los niños delincuentes no se va a resolver fácilmente, quizá nunca se logre, por lo tanto, el Estado debe reconocerlo y legislar para proteger de ellos a la gente honrada, que no tiene responsabilidad directa de las razones que convirtieron a ese “futuro y promesa de la patria” en un asesino.

Yo quiero ver esos rostros.

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