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Nasry Asfura: después de “La Racha”, empieza el futuro

Por: Lisandro E. Marías

Nasry Asfura llega a la presidencia con una marca incómoda: ganó, pero no terminó de convencer. En Honduras, la elección ya no es una fiesta, sino un trámite lleno de sospechas. El voto da el cargo, pero ya no garantiza la autoridad moral. Y ahí está el centro del desafío: Asfura es presidente electo, pero su legitimidad está en construcción.

“La Racha” sirvió para la campaña. Fue relato, eslogan, energía de victoria. Pero los eslóganes tienen fecha de caducidad: una vez terminado el conteo de votos, ya no alcanzan. Gobernar con jingles es como intentar construir un puente con globos: puede ser vistoso, pero no sostiene nada.

El nuevo presidente tendrá que decidir muy rápido si quiere seguir viviendo en la lógica de campaña —el aplauso fácil, la frase pegajosa, el chiste cercano— o si asume la lógica de Estado: decisiones impopulares, transparencia incómoda, diálogo con quienes no lo quieren ni lo votaron.

Porque Honduras está cansada. Cansada de conflictos electorales, de denuncias de fraude, de promesas recicladas. La gente no sólo sospecha de los resultados; sospecha del sistema completo. Y cuando un país llega a ese punto, ningún triunfador sale ileso: todos los presidentes comienzan su mandato con una legitimidad herida.

En ese contexto, el riesgo principal no es la oposición, sino el encierro. Primero llega el círculo íntimo: amigos, confidentes, compañeros de ruta que hablan el mismo lenguaje, cuentan las mismas anécdotas, juran lealtad eterna. Luego llegan los grupos de presión: los que financiaron, los que movieron estructuras, los que saben tocar la puerta correcta para ser recibidos. Si Asfura se limita a ellos, gobernará para una minoría que se le parece, pero no para el país que dice representar.

Honduras no puede permitirse un presidente sitiado por su propio entorno. El problema no es tener amigos ni aliados; el problema es que sean los únicos que logran ser escuchados. Un presidente que sólo oye a quienes le deben algo o esperan algo de él, rápidamente pierde de vista a quienes más necesitan del Estado: los jóvenes sin oportunidades, las comunidades expulsadas por la pobreza y la violencia, las familias que sólo ven en la migración un posible escape.

La legitimidad que hoy le falta sólo puede reconstruirse con hechos concretos. No con una nueva racha, ni con un nuevo eslogan, ni con campañas de imagen más sofisticadas. Con hechos.

El primer campo de prueba será la transparencia. Honduras viene de una larga historia de opacidad y de pactos a puerta cerrada. Romper con eso no exige discursos, exige ventanas abiertas: datos públicos, auditorías reales, licitaciones claras, seguimiento ciudadano al gasto. La tecnopolítica no puede quedarse en redes sociales y páginas bonitas; tiene que convertirse en plataformas donde cualquiera pueda ver quién decide, cómo decide y a quién beneficia cada decisión.

El segundo campo es la relación con el propio sistema que lo llevó al poder. Asfura no es un outsider; es parte del engranaje. La pregunta es si va a ser gestor obediente de ese mismo esquema o si se atreverá a incomodarlo. Eso se verá menos en los discursos y más en los nombramientos: si pondrá técnicos donde siempre se han puesto operadores, si permitirá que instituciones clave actúen con autonomía aunque eso le resulte incómodo.

El tercero: la manera de tratar a quienes no lo respaldaron. En un contexto de dudas electorales, el gesto más inteligente sería gobernar mirando, sobre todo, a los escépticos. No se trata de convertirlos en fans, sino en interlocutores. Instalar espacios de diálogo con oposición, sociedad civil y territorios olvidados no como adorno, sino como mecanismo de diseño de políticas. El disenso no es una amenaza: es una brújula que señala dónde están los temas que no se han querido enfrentar.

Y el cuarto campo es el más difícil: el futuro. La campaña habla del hoy; la responsabilidad de gobierno habla de los próximos veinte años. Honduras necesita algo más que programas urgentes y anuncios rimbombantes: necesita una apuesta de largo plazo en educación, salud, empleo digno, seguridad ciudadana y fortalecimiento institucional.

Ahí, la tecnología puede ser aliada real y no simple decoración. Datos para tomar decisiones, diagnósticos serios, seguimiento público a las metas. Menos propaganda, más evidencia. Menos obsesión con la próxima encuesta, más preocupación por la próxima generación.

Al final, todo se reduce a esto: ¿qué quiere ser Nasry Asfura cuando ya no sea candidato?
El candidato vive pendiente del aplauso.
El estadista vive pendiente de las consecuencias.

“La Racha” ya cumplió su función: sirvió para ganar. Lo que viene no es una racha nueva ni una narración heroica: es el futuro cotidiano de millones de hondureños. Ese futuro no se escribe con jingles ni con fotos de inauguración, sino con decisiones difíciles, a veces silenciosas, que cambian de verdad la vida de la gente.

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