
John Stuart Mill, el gran economista y filósofo moral del siglo XVIII, sostenía que debemos instaurar aquella forma de gobierno que genere los mejores resultados. Nos aconsejó estudiar todas las consecuencias que tienen las acciones que en conjunto tomen las sociedades para buscar el bien común.
Mill pensaba que la implicación de las personas en política las hace más inteligentes, más preocupadas por el bienestar de la comunidad, más cultas y mas nobles. Creía que conseguir que, por ejemplo, un obrero pensara en política, sería como descubrirle a un pez que hay un mundo fuera del océano. Esperaba que la participación endureciera nuestras mentes y ablandara nuestros corazones. Confiaba en que el compromiso político nos hiciera mirar más allá de nuestros intereses inmediatos y adoptar, en cambio, una perspectiva más amplia y de largo plazo.
En síntesis, para el gran pensador inglés, la política está llamada a ser un oficio noble, probo, destinado a sustentar los más nobles objetivos comunes: la prosperidad y la felicidad humana.
Schumpeter, el gran economista austriaco, en cambio, tenía una visión diametralmente opuesta a la de Stuart Mill. Él decía que “el ciudadano típico desciende a un nivel inferior de rendimiento intelectual en cuanto entra al ámbito político”. Para Schumpeter, la gente se vuelve primitiva cuando se mete a política. Juzgue Usted, a la luz de lo que pasa hoy en el mundo, quien de los dos pensadores estaba más cerca de la verdad.
Cuando examinamos los resultados de la acción que los políticos ejercen en nuestra vida particular, pareciera que el rezón está de parte del austriaco. Los políticos generalmente alejan su comportamiento de ideales abrasivos como la cultura, el arte, en fin… la belleza. En cambio, persiguen el poder, y debajo del poder subyace siempre la maldad. Esto explica mejor la terrible decepción en que cae la gente al ver sus esperanzas y sueños, rotos e inalcanzables, debido al comportamiento de sus mandatarios.
La campaña política que vivimos es un buen ejemplo de lo dicho. Durante los últimos 12 meses hemos vivido una hecatombe social cargada de odio, zancadillas, descalificaciones y hasta violencia. Lo que los aspirantes llaman “propuestas” no son mas que promesas vacuas, faltas de contenido y, a todas luces, imposibles de cumplir.
Hasta la semana pasada, ninguno de ellos había presentado un documento que resuma, aunque sea de forma puntual, por donde piensan enfrentar los graves problemas que el país adolece de manera sempiterna.
Escucharlos, hace dudar que alguno tenga un plan realista y consecuente con las necesidades que la gran mayoría de los hogares padece. No hay visión, ni siquiera de corto plazo. Sería un albur creer que alguno tenga claro cómo lograr que el Estado hondureño asuma con responsabilidad los retos de los siguientes dos lustros. Cuando se les recuerda esto, todos dicen que “por ahora, lo importante es ganar la presidencia”
Los liberales hablan de achicar el gobierno, de hacerlo eficiente y de generación de empleo, pero no dicen cómo. No tienen cuadros técnicos, ni equipos con experiencia en administración pública. Llevan, prácticamente 20 años sin gobernar. Los nacionalistas no han dicho nada ¿Y qué van a decir? Parecen avergonzarse -y con razón- de lo que han hecho. Aunque tienen experiencia por los doce años que mantuvieron el poder, mostraron poca pericia, aparte de robar y negociar con criminales. El oficialismo, por su parte, persiste en su discurso de odio y división. Llevan casi cuatro años en el gobierno y no han generado una sola señal de cambio estructural para el país ¿De verdad saben a dónde nos están llevando?
Es muy complicado para una ciudadanía incrédula y disminuida, pensar que algo distinto podría suceder de aquí al 2030. ¡Ya son muchos denuestos y mentiras! ¿Cómo pedirle a la gente que les crea una vez más, si la historia de Honduras es la de la “espera infinita”, como bien decía el poeta nacional Jorge Federico Travieso?
Más allá de la necesidad urgente de ir a votar el 30 de noviembre, es indispensable que la ciudadanía adquiera una verdadera consciencia y se organice y se exija a sí misma unos políticos de mejor calidad, que le permitan exigir más y mejor. Si no, no hay futuro para este pobre país.







