Por: Thelma Mejía
Tegucigalpa.- La última encuesta de la firma Cid Gallup difundida por la prensa local, nos presenta un país y un gobierno que ha entrado en una especie de agonía permanente, donde la peor fractura la lleva el presidente Juan Orlando Hernández con una caída estrepitosa en su gestión donde la continuidad en el poder no le ha favorecido como fueron sus intenciones y proyecciones.
La Cid Gallup advierte que la caída del presidente Hernández inició desde septiembre de 2017—antes de los comicios generales de noviembre de ese mismo año—y a mayo de 2019, la caída ha sido del 47 por ciento. Es el gobernante con mayor impugnación social desde que Honduras retornó a la democracia a inicios de los años 80, sostiene la firma encuestadora que da a Hernández puntaje de menos negativo en sus últimas evaluaciones.
Siguiendo con los datos de la encuesta, un 59 por ciento de los consultados no creen que Hernández les resuelva sus problemas, 86 por ciento cree que el país camina por el rumbo equivocado y la tendencia de migrar de Honduras sigue siendo alta entre los hondureños.
Los datos de la encuesta coinciden con otros sondeos privados y públicos, en especial la última exploración de opinión pública del Equipo de Reflexión, Investigación y Comunicación en Honduras (ERIC/SJ), donde la gestión del gobierno de Hernández sale aplazada y de capa caída.
Los números suelen ser incómodos para los gobernantes y sus equipos de estrategia y asesores, pero es claro que algo anda mal, que la segunda vuelta lejos de favorecer la gestión de Juan Orlando Hernández, la ha empañado sin precedentes y que su legitimidad se ha vuelto agonizante. Los escenarios no son los mejores para un gobernante y un gobierno que hacen lo imposible por vendernos un “país-fantasía”.
Hernández no solo enfrenta una administración impopular, su ascenso al poder cada vez es más cuestionado y la corrupción que salpica a su partido, complica sus escenarios de gobernabilidad y legitimidad. Se suma a ello, el caso de su hermano y su demoledor último testimonio ante la fiscalía de Estados Unidos tras su captura el año pasado. La caída de su hermano, Tony Hernández, que busca probar su inocencia en aquel país, sin duda trastocó el segundo mandato y continuismo de Hernández.
En tanto, los escenarios del país se complican por las demandas sociales, la indignación ciudadana contra la corrupción, el manoseo de leyes para blindar los pactos de impunidad, las nuevas lesiones a la libertad de expresión contenidas en el nuevo código penal que entrará en vigencia en noviembre próximo y el tradicional pujido por el reparto de los nuevos entes electorales.
Cada una de esas demandas va acompañada de sus propios procesos en donde la capacidad de negociación del gobierno no es mucha, si partimos de los datos de las últimas encuestas y lo que refleja también el Latinobarómetro en cuanto a altos déficit de confianza ciudadana en la mayoría de las instituciones hondureñas, entre ellas los tres poderes del Estado.
Los sectores de Salud y Educación son uno de esos ejemplos, en donde la presión social llevará al gobierno a ceder, quizá más de lo esperado, unos porque la coyuntura permite a cercanos al poder deshacerse de incómodas comisiones que han desnudado sus negocios, otros porque el olor a la política vernácula comienza a instalarse, sin importar, que en el medio, queden atrapadas propuestas y reformas interesantes.
La polarización de esa crisis es tal que muchas buenas cosas quedarán atrapadas en el camino y no se vislumbra por donde se tenderán los puentes para que lo bueno no se pierda, lo ruin desaparezca y los culpables de los desastres sean castigados. Esperemos que en el escenario cercano no todo se pierda y que la razón prevalezca, más allá de los ánimos caldeados entre las partes, atizado por la torpeza de algunos de sus asesores y servidores públicos. Hay gente que lejos de ayudar a distender el ambiente, más lo caldea.
Al par de esas demandas y las torpezas para manejar la crisis, los casos de corrupción e impunidad siguen estallando por doquier, la droga sigue su curso y los carteles reacomodándose. El país vive un cóctel de problemas que hacen que su gobernabilidad se vuelva compleja.
No la tiene fácil el presidente Hernández ni su gabinete, cuya sordera los tiene hoy en estos escenarios gelatinosos donde lo único cierto es la incertidumbre. La gestión de Hernández y del Partido Nacional—aunque les incomode—empieza a languidecer y entre algunos de los escenarios que quedan al continuismo, está el de terminar, pero sin gobernar. Tanto así, que la misma Cid Gallup empieza a ofrecer las figuras de las apuestas políticas. Así de complejo el país.