Por Alberto García Marrder
Especial para Proceso Digital, La Tribuna y El País de Honduras
Que se preparen a ser humillados los próximos líderes extranjeros que tengan el supuesto honor de ser invitados a la Oficina Oval de la Casa Blanca.
El actual presidente y ya en su segundo mandato imperial, Donald Trump, les hará pasar un mal momento. Y encima, estará orgulloso de hacerlo.
Lo acaba de hacer con el presidente de Sudáfrica, Cyril Ramaphosa y lo ha hecho con el beneplácito de su vicepresidente, J. D. Vance, al líder de Ucrania, Volodimir Zelensky, a quien lo sacó de la Oficina Oval. Todo por poner condiciones a un acuerdo de paz en Ucrania.

¿Por qué lo hace? Para demostrar lo poderoso que es dentro y fuera de su país. Y ha convertido las visitas de dignatarios extranjeros a la Oficina Oval en una encerrona ultrajante y humillante, frente a la prensa y cámaras de televisión . Y observando en silencio y adulación sus secretarios (ministros) de su gabinete, que alguna vez responderán por su complicidad.
Con Ramaphosa todo fue teatral, vergonzante y planificado. Trump pidió bajar las luces y enseñó unos videos que supuestamente demostraba el “genocidio” que la minoría blanca sufría en Sudáfrica- cosa que es falsa. Si ha habido asalto de fincas de granjeros blancos, pero las fotos de cadáveres que mostraba Trump eran del Congo, según investigación de la cadena RTVE de España.
El presidente sudafricano aguantaba en silencio el chaparrón de Trump y cuando intento explicar la actual situación de cambios en su país, fue interrumpido por el presidente americano a los gritos de “Death, Death y Death” (“Muerte, Muerte y Muerte”).
Esa es la actual diplomacia de Trump: Provocar caos con insólitas acusaciones, sean a países amigos o enemigos. Lo del “genocidio” de la mayoría negra sudafricana a la minoría blanca posiblemente lo habrá escuchado a un golfista sudafricano, en vez de acudir a sus propios servicios de espionaje como la CIA.

Si serán bienvenidos los presidentes de El Salvador, Nayib Bukele, por ofrecer sus cárceles a los deportados de Estados Unidos, y al de Argentina, Javier Milei, por compartir su ideología populista y ultra conservadora.
Trump tiene ganas de confrontar a líderes izquierdistas de América Latina, como los de Brasil (Lula da Silva), de Colombia (Gustavo Petro) y Perú (Dina Boluarte)
Por ahora, solo tiene prisa por invitar a la Oficina Oval al presidente de Panamá, José Mulino Quintero, para convencerlo que Estados Unidos debería operar de nuevo el Canal de Panamá antes que-según su versión- China lo haga. Vano intento porque Panamá nunca cedería la soberanía sobre esa vital vía interoceánica.
Pero Trump, alegando que Estados Unidos lo necesita por razones de seguridad nacional, no cejará en ese empeño por muy incomprensible que lo parezca. Y por la fuerza lo puede hacer, en contra de la opinión mundial.
Solo hay un invitado al que Trump no se atrevería a dejar mal parado: el nuevo Papa León XIV. Es americano y medio peruano. Y da la casualidad que el ex Robert Francis Prevost no es pro trumpista, es más que todo anti.
Por ahora, Trump y sus dos hijos mayores (Donald Trump Junior y Eric) se están enriqueciendo más de lo que ya son, con el negocio de las criptomonedas.