Por: Thelma Mejía
Tegucigalpa.- La liquidación de la MACCIH, como se preveía desde fines de 2019, con el informe presentado por el Congreso Nacional pidiendo la no renovación del convenio, a simple vista, puede verse como un triunfo de los corruptos, más organizados y estratégicos en sus conspiraciones silenciosas, pero en la práctica es solo la evidencia del miedo y temor de una elite que no podrá sostener en el tiempo sus temores, aunque alargue su encuentro con la justicia.
La MACCIH dejó muchas lecciones al país, una de ellas es que Honduras no se enfrenta a hechos de corrupción de poca monta, sino a redes que responden a una híper corrupción y la batalla no será de un fiscal y su equipo de fiscales, ni de una organización civil y sus líderes, menos de un par de políticos decentes, uno que otro empresario, de una prensa comprometida o de liderazgos gremiales, menos aún de jueces que creen en la ley y el orden en un país vuelto de cabeza. Tampoco la impulsará una iglesia comprometida con su pueblo, la batalla corresponde a los ciudadanos, menos dispersos y más organizados.
En la calle, el taxista, el vendedor, la mujer que aplancha y lava ropa, el que vende verduras, la gente con capacidades especiales, los jóvenes, los niños y los adultos mayores se quejan, se indignan y expresan, unos con fuerza, otros de forma silenciosa, el hartazgo con la corrupción, el hartazgo con la impunidad. Pero esas expresiones no logran aún canalizarse con fuerza en protestas populares masivas y callejeras. No aún, pero eso no significa que no va a ocurrir.
Ese es el error de las elites y la clase gobernante, creer que todo ha sido silenciado, creer que desarticulando esfuerzos como la MACCIH o desmotivando a quienes luchan por una nación menos desigual, el imperio de la impunidad será permanente. El país es un hervidero, frente a cada atropello, surge una indignación, frente a una tomadura de pelo, brota otra indignación, frente a una política pública porosa, aumenta la indignación, y así el país silenciosamente se llena de indignados. ¿Quién les unirá o cómo se tejerá esa madeja?, el tiempo dará las respuestas.
La MACCIH nos dejó la lección de demostrarnos que aquí no habían intocables, los que se creían fueron evidenciados y toca a los ciudadanos no olvidarlos, castigarlos con el voto inteligente, pedir a las autoridades que se haga justicia y eso vale no solo para el Ministerio Público, también para el Poder Judicial (donde descansan en manos de jueces naturales grandes casos de presunta corrupción). La MACCIH también puso a temblar a quienes nos gobiernan, entre ellos el primer círculo del poder. Los rostros y sus expresiones no son las mismas, después de la Misión no todos pueden sostener la frente en alto porque la conciencia les acusa.
Toca a la ciudadanía, desde sus espacios colectivos e individuales, defender lo obtenido y vigilar para que no se trastoque. Si un juez anticorrupción o un fiscal son asediados por su trabajo, registrarlo, acompañar la denuncia y mostrar su inconformidad, si el CNA es la pieza que sigue para desmantelarlo, acuerparlo en su trabajo, evidenciar a quienes están detrás de estos hechos y exponerlos. Es hacer conciencia para que los impunes no se sientan a sus anchas en un país de 112, 492 kilómetros cuadrados.
Cuando vea a un indigente, a un joven, una familia o menores emigrando, cuando viaje a zonas pobres del corredor seco, no olvide, que millonarios fondos públicos fueron desviados a bolsillos particulares de políticos, funcionarios, ex funcionarios públicos, personas naturales y jurídicas para robárselos, y dejar a esas personas sin oportunidades. Si viaja a esas regiones, dese un tiempo para convivir y preguntar, entenderá más sobre la corrupción, la miseria y sus consecuencias.
Entenderá por qué no hay medicinas en los hospitales, por qué los menores desertan, por qué las escuelas se caen, por qué los adultos mayores o las personas con capacidades especiales se quedaron sin un bono, y por qué la administración pública gasta en emparedados de más de 100 lempiras para un mitin político. Y toda esa información, nos la dejó y proporcionó la MACCIH. Es pública y de nosotros, los ciudadanos, depende no olvidar, depende registrar, depende hacer conciencia para que los impunes se sientan auditados por una ciudadanía activa y propositiva. Esas y otras, son algunas de las buenas lecciones que nos dejó la MACCIH. Hay que canalizarlas, hay que socializarlas y hay que contarlas como un cuento de generación en generación para que la corrupción no se va como un sobre, sino como una red en donde sus actores y emisarios, se muestran y presentan solos, no hay que buscarlos.