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Tiempos mejores

Julio Raudales

Vuelven los tiempos recios. El país se devanea en el tumulto político y la producción de bienes y servicios no da visos de mejora. ¿Quién está dispuesto a arriesgar capital, trabajo y propiedades con un nivel de incertidumbre tan alto? Es solo entendible entonces, que el desempleo persista, que la miseria se multiplique y la violencia sea la única catarsis social.

Es evidente que no aprendimos las lecciones que nos dejó el comportamiento irracional y la falta de acuerdos inteligentes, tan necesarios para que las cosas caminen bien y se garanticen la libertad y el bienestar.

Hace 16 años, la estulticia y ambición de los políticos nos arrastró a la peor crisis social de los últimos 60 años. Las cosas no mejoraron desde entonces. Hemos tenido cuatro administraciones gestionadas por gente irresponsable y ladrona. Nunca como desde el 2009 se arraigó tanto el robo descarado, el uso de influencia e instituciones para beneficio particular y el surgimiento de personajes improvisados y cínicos para administrar el erario.

Hoy como entonces, la población clama por una oportunidad para enderezar de una vez el torcido camino que nos lleva por la senda de naciones como Haití y Somalia. Pero la caterva de sicofantes que pretende regir el destino del país persiste en la vulgaridad como forma de atraer votantes.

Nadie, ni siquiera los menos optimistas pensamos que alguna vez veríamos a un alto funcionario de la administración pública apelar a la bajeza de aludir a asuntos personales que ni siquiera sortean el nivel del chisme vulgar, para tratar de descalificar a una colega. ¡Y con el agravante de que la ofensa va dirigida a una mujer! Lo peor de todo es que a los correligionarios y socios del aludido les parezca gracia, que lo animen a seguir en este camino del insulto.

El ataque personal, la burla, los chistes a costa de la condición social, étnica, física o de género, deberían ser las cotas al uso de los medios de comunicación, sobre todo si estamos conscientes del estado de crispación social que se ha vivido durante los últimos años. ¿Por qué no canalizar mejor esa creatividad para inducir el comportamiento adecuado y constructivo?

¿Qué hacer?

La libertad requiere de la existencia de leyes; de instituciones que rijan el comportamiento del individuo en sus relaciones con los demás. Pero no son las leyes ni las élites que controlan al estado quienes garantizan la democracia y la libertad. Son los ciudadanos organizados quienes deben procurárselas por sus propios medios.

En otras palabras, la sociedad debe controlar al Estado para que este proteja y promueva la libertad de las personas, en lugar de aplastarla como pretenden hacer los políticos hondureños en estos días.

La libertad necesita que exista una sociedad movilizada que participe en la política, que proteste cuando sea necesario y vote cuando sea convocada, para que el gobierno abandone el poder.

En resumen, la libertad surge de un delicado equilibrio de poder entre el Estado y la sociedad.

Las sociedades modernas, los países que derribaron los muros del subdesarrollo, son más bien producto de grandes acuerdos y de la voluntad férrea de todos y todas por cumplirlos. España era a finales de los 70, una nación envuelta en las disputas y problemas típicos de los países pobres. Con voluntad y conciencia, los ibéricos lograron firmar los “Acuerdos de la Moncloa” y la naciente democracia se consolidó política y socialmente en pocos años, hasta ser hoy uno de los referentes del mundo, tato por su crecimiento económico, como por sus notorios avances en gobernabilidad y bienestar social. Lo mismo podemos decir de naciones como Irlanda, Portugal, Chile, Costa Rica y la República de Corea.

Debemos entender que, con el insulto, la descalificación, la diatriba y las acusaciones infructuosas no llegaremos a ningún lugar y solo repetiremos, cada vez con más peligrosidad, el modelo que nos trajo hasta la situación que hoy vivimos. Mejor imitemos el buen ejemplo de los españoles: definamos ya un gran acuerdo nacional, en que todos y todas, desprovistos de la malsana intención descalificadora, ponga a Honduras y su futuro por delante. Pero hagámoslo ya, no esperemos más al tiempo que no espera.   

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