Casi 110 días de guerra y ya comienza a ponerse nervioso el planeta. Mas de tres y medio meses en ascuas y Putín, que había pronosticado 4 días para la toma de Kiev, parece no encontrar salida a su delirio. Se ciernen de nuevo los espectros de la primera mitad del siglo XX y todas y todos temblamos ya.
Lo dicho constituye un severo retroceso -o al menos una desilusión- acerca de los logros obtenidos en términos de la salvaguardia de vidas que creímos alzanzar luego de la pandemia de 2020.
En efecto, a despecho de su doloroso lastre, la COVID nos dejó algunas lecciones poderosas: el mundo fue capaz de llegar a acuerdos espontaneos y bastante eficaces, nos encerramos casi instintivamente, nos pusimos a buscar de forma acelerada la vacuna que solucionara el problema, intentamos, al margen de nuestras posibilidades, emerger a nuestra “nueva normalidad” con cierto éxito. ¡Todo bien, libramos el escollo!
Pero por desgracia, ahora toca hablar otra vez de guerra. A pesar de lo insulso que pueda parecer este tema frente a los verdaderos problemas que como humanidad nos toca resolver: el cambio climático, el narcotráfico o esa odiosa pandemia que vencimos.
Toca entonces vovernos a meter en una de estas guerras del siglo XIX, que primaban la expansión territorial de los imperios, o en las del siglo XX por el avance de las potencias en un mundo bipolar. ¡Otra vez los hombres! Y ahora sí hago la distinción de género, porque está claro que en un matriarcado estas cosas no sucederían.
La invasión rusa, cuyo dictador arguye, se da en respuesta a la necia actitud de occidente, que sin necesidad, persiste en mantener una organización belicista y anacrónica (la OTAN), que una vez desaparecido el Pacto de Varsovia debió también haberse esfumado, realiza los sueños imperiales de ese nuevo Zar, cuyos tanques, aviones y buques son repelidos sin cuartel por las tropas del actor Zelensky.
Mientras tanto, la economía mundial sigue padeciendo sin necesidad, porque una cosa es que el velo del desconocimiento nos obligara a escondernos y así dejar caer la producción por casi un año en 2020 y otra cosa, que el shock en el mercado de carburantes, la escasez de insumos agrícolas, las sanciones económicas internacionales contra Putín, que ahogan al pueblo ruso y sobre todo, la incertudumbre, enemigo principal de los mercados, esté desplomando ya las bolsas de valores mas importantes del globo.
A todo lo anterior hay que sumar, para colmo de males, que los aprendices de políticos de todas las latitudes empeoran en vez de mejorar las cosas. Ya desde la pandemia, el arrogante Trump comenzó a regalar dinero al ejército de desempleados con fines electoreros, iniciando así una escalada inflacionaria que ahora tiene tintes históricos. Y el señor Biden no lo ha hecho mejor: en lugar de contener la emision inorgánica de dólares, se empeña en pretender ser el Rosvelt del siglo XXI y gastar dinero público con fines polítiqueros ¡Nunca aprenden los políticos!
El mas terrible de los escenarios se nos viene encima. El fenómeno se llama estagflación y combina las dos peores enfermedades de la macroeconomía, estancamiento, lo cual genera desempleo y escasez, junto a la inflación, es decir, la pérdida del poder adquisitivo del dinero y por ende, mayor pobreza e inseguridad.
Pero no todo son malas noticias: Todavía podemos aprovechar la cresta de la ola en que nos metió el fin de la pandemia. Los precios internacionales del café, bananos, las prendas de vestir que producen las maquilas y también los productos agrícolas de exportación continúan al alza.
Se deben dar incentivos para que la producción de estos bienes se incremente y así paliar en parte la problemática de los energéticos. Si la economía del primer mundo se paraliza, la nuestra no tiene por qué, pero hay que actuar con inteligencia, no con negligencia.
Es necesario entonces aprovechar la coyuntura y para ello es indispensable que el gasto público sea coherente con la situación que vivimos. ¡A vigilar que la inversión pública se ejecute con transparencia y de manera eficaz! No podemos darnos el lujo de fracasar en esta apuesta. Mientras tanto, esperemos que esos espadones que hoy arrastran al mundo hacia el infierno, cambien de actitud y se dediquen mejor a buscar solución a los verdaderos problemas del planeta, que urgen de respuestas eficaces y claras: La pobreza, el cambio climático y las pandemias están alli, no se solucionan solos ni con actitudes estultas.