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Salario mínimo

Por: Luis Cosenza

Recientemente se acordó el aumento al salario mínimo.  La decisión fue aumentarlo en un muy modesto 5.5%.  Todos sabemos que el salario mínimo es insuficiente para cubrir las necesidades mínimas de una persona e igualmente sabemos que muchas empresas, especialmente las micro y pequeñas empresas, no pueden pagar el salario mínimo y a pesar de ello sus empleados continúan laborando para ellas.

Esto es consecuencia de nuestra incapacidad para generar empleo y a la ubicua informalidad de la gran mayoría de nuestras pequeñas y micro empresas.  Todos sabemos que nuestro verdadero problema es la falta de empleo y no el salario mínimo.  Podemos subir el salario mínimo todo lo que queramos y al final solo mejoraremos marginalmente la situación económica de un reducido número de compatriotas.  Es más, al subirlo nos arriesgamos a que algunas empresas cierren y a que otras se sumen a quienes se desenvuelven en la informalidad.  ¿Por qué entonces nos enfrascamos periódicamente en este ritual? Permítanme analizar la situación.

Si no resulta posible hacer un significativo ajuste al salario mínimo por la destrucción de una importante parte del empleo formal, entonces pareciera que simplemente deberíamos ajustarlo por la tasa de inflación calculada por el Banco Central. Si se desea, podríamos acordar que cada diez años se hará un análisis por parte de un grupo de expertos para determinar si la situación del país permite un ajuste más significativo.  Esto daría más certeza para los trabajadores y empresarios y permitiría que dediquemos nuestro tiempo y esfuerzo a lo importante, a la generación de empleo. Los perdedores serían nuestros vitalicios dirigentes sindicales, quienes disfrutan de la atención que les confiere la negociación del salario mínimo. En ese proceso los dirigentes sempiternos se lucen brindando declaraciones a los medios de comunicación y logran mantenerse vigentes y disfrutando de las mieles del poder.  Seguramente que ellos estarán en desacuerdo con cualquier cambio que les reduzca su ámbito de acción.  La lógica y lo deseable se sacrifican a fin de mantener el status quo.

En tanto no logremos incrementar la inversión y lograr crear plazas de trabajo en la economía formal, no lograremos incrementar significativamente el salario mínimo.  Seguiremos lamentando la situación y otorgando aumentos pírricos.  Es así de sencillo.  Para los ideólogos del gobierno, el problema se complica porque ellos desean eliminar la participación del sector privado en la economía nacional. Eso implica que se contará con menos recursos para invertir y generar empleo porque se estaría limitando la participación privada.  A esto debemos agregar que el sector privado es mucho más eficiente en sus inversiones que el sector público, lo cual implica que una misma cantidad de recursos en manos del sector privado generaría más empleo formal que la misma cantidad en manos del sector público. Ese antagonismo a la participación del sector privado en la economía se manifiesta en el desinterés en el fortalecimiento del estado de derecho, en la pasividad frente a las invasiones de tierras y en general en la promoción de legislación que afecta negativamente al sector privado y a la generación de empleo en el sector privado.  Véase sino el caso del empleo por hora, mediante el cual se podría generar de inmediato empleo en inversiones ya hechas por el sector privado.

Desde hace ya varios meses el sector privado viene proponiendo un diálogo con el sector público a fin de identificar medidas para generar empleo en el ámbito de la economía formal.  Lamentablemente el gobierno no ha mostrado interés en reunirse y definir tales medidas.  Cuesta entender esa posición ya que la generación de empleo favorecería lo que tanto ansían ya que facilitaría su permanencia en el poder.  Lamentablemente, todo parece indicar que su antipatía por el sector privado les impide ver lo que sería beneficioso para todos.  Ojalá que el  pragmatismo se imponga al final y que juntos, gobierno y sector privado, se unan para generar empleo.  Eso sería mucho más productivo que el tiempo y esfuerzo dedicado a concertar un famélico aumento al salario mínimo.

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