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Quemar el pajar para encontrar la aguja

Julio Raudales

Después de tantos días de incertidumbre, por fin se vislumbra una salida a esta crisis histórica, perpetrada por mentes enfermas y pequeñas, que buscan en los vericuetos del poder, la solución crematística a sus vidas miserables. Los políticos se encontraron con sus demonios y se entregan a ellos sin medida, sin ambages.

Pero las cosas no marchan como cualquiera de ellos hubiera esperado. Ella, la mujer, ya fracasó y hoy se lame las heridas solazándose en su odio ancestral. Quedan dos: los varones, para quienes aun danza coqueta la esperanza del triunfo. Persisten en la espera y no aceptarán un resultado que no sea el triunfo; aun a costa de la descalificación del proceso. Si todo va bien ¡habrán culminado su sueño! Pero no cualquier sueño. Uno en donde conquistan el poder ilimitado de un mísero país que, según ellos, se dejará dominar sin resistencia al ritmo de sus ambiciones.

¿Lo lograrán? Desde hace tiempo están sugestionados acerca del futuro luminoso que les espera. ¡Y si todo marcha bien se cumplirá! Alcanzarán ese sueño a costa de la pesadilla de millones de desgraciados que también tienen el suyo, uno distinto, lejos de su país, ajeno a las ambiciones de estos que les hacen votar para usar su desventura como patente de corso de sus veleidades.

Fue el historiador James Truslow Adams quien acuñó por primera vez en 1931 el término “sueño americano” para referirse a lo que los migrantes europeos buscaban entonces al marchar hacia Estados Unidos en busca de la prosperidad.

Lo que trata de definir el término, es una situación social dada en la tierra, en la que la vida es mejor, más rica y plena para cada persona, con oportunidades y logros. “No es un mero sueño de automóviles y salarios altos” -puntualizó Adams-, “sino el sueño de un orden social en el que todo hombre o mujer puedan situarse en la posición mas alta a la que sean capaces de llegar de manera innata y ser reconocidos por los demás por lo que son,  sin tener en cuenta las circunstancias fortuitas de su clase o nacimiento”.

Se trata de una visión de “algo más noble” que la “conquista material” y la riqueza, y no es solo un ideal para los Estados Unidos, sino “una esperanza para toda la humanidad” (incluida ahora la de los hondureños).

¿Por qué traer a colación el famoso eslogan de Adams? Porque al final los seres humanos nos juntamos en sociedad debido a la necesidad inmanente que tenemos por vivir mejor, por realizar nuestro sueño de trascender, de conseguir la excelencia, no solo lo elemental para supervivir sino aquello que nos permita sentirnos satisfechos con nosotros mismos y los nuestros.

Lo anterior debe plantearnos un interrogante filosófico: ¿Qué es lo mejor y lo mas rico? A menos que seamos capaces de llegar a ese acuerdo sobre cuales son los valores de la vida, es evidente que no podemos tener ninguna meta… y sin metas, discutir los métodos no es más que un simple ejercicio fútil.

Es esta falta de definición clara de los objetivos sociales lo que hace que ambos candidatos y la excandidata, se sientan libres de toda culpa al buscar el poder mediante el ejercicio de la trampa y la cooptación de las instituciones. Los “valores ciudadanos” de los que hablaba Adams, la ética y el cumplimiento de los acuerdos pueden ser temas discutibles, prescindibles.

Por ello, ahora que se sienten tan cerca de la silla presidencial de ese pequeño país, anhelan darse el lujo de congratularse ante su logro. El alcanzar su meta personal es suficiente para irse a dormir tranquilos, sin remordimientos. ¡Lograron lo que buscaban! El país y su gentuza pueden irse al carajo. ¡Ya encontraremos la forma de resolver sus líos y dejarlos tranquilos! Son gente simple, sin una visión clara de su mañana, se les contenta con cualquier cosa.

De este tamaño puede llegar a ser el dilema moral del país hundido en las honduras. Su gente se acostumbró a vivir el día a día esperando el momento adecuado para irse de aquí a buscar su sueño. Así entienden ellos, casi todos, esta entelequia que llaman democracia.

Para Adams, sin embargo, el asunto era claro: “No Podemos ser una democracia verdadera, entregándonos con ligereza al bienestar físico y los divertimientos”. A menos que entendamos los valores vitales, seguiremos permitiendo que los de siempre sigan quemando el pajar para encontrar la aguja.

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