Mientras escribo estas líneas, el Congreso Nacional, sede de la representación soberana de la ciudadanía, esperanza inmarcesible de los anhelos populares por una institucionalidad fuerte, símbolo del debate y el pensamiento en torno al bien común de la hondureñidad, se sacude en un zafarrancho de consecuencias todavía imprecisas.
Víctimas de voracidad de los oscuros poderes que han tejido –y que parece seguirán tejiendo el devenir- en un infame aluvión de golpes, insultos y diatribas, un grupo de diputados de diversa calaña, operaron, a la usanza tradicional, los hilos que entretejen el poder para quedarse, más allá de la ley y las mínimas normas de cultura democrática, con el poder por el poder.
¡Qué importa que el país se exhiba internacionalmente, que la esperanza de un pueblo que no vaciló en confiar, en creer una vez más en los políticos, vea truncados sus sueños por un país vivible! Lo importante es encontrar la aguja, aunque tengamos que quemar el pajar.
Fue el historiador James Truslow Adams quien acuñó por primera vez en 1931 el término “sueño americano” para referirse a lo que los migrantes europeos y asiaticos buscaban entonces al marchar hacia Estados Unidos, Argentina, Uruguay o Brasil.
Lo que trata de definir el término, es una situación social dada en la tierra, en la que la vida sea mejor, más rica y plena para cada persona, con oportunidades y logros. “No es un mero sueño de automóviles y salarios altos” -puntualizó Adams-, “sino el sueño de un orden social en el que todo hombre o mujer puedan situarse en la posición más alta a la que sean capaces de llegar de manera innata y ser reconocidos por los demás por lo que son, sin tener en cuenta las circunstancias fortuitas de su clase o nacimiento”.
Esa es la razón por la que tantas hondureñas y hondureños marchan en caravanas. Más que buscar dinero, buscan el orden, del imperio de la ley, la libertad. Se trata de una visión de “algo más noble” que la “conquista material” y la riqueza, y no es solo un ideal para los Estados Unidos, sino “una esperanza para toda la humanidad.”
¿Por qué traigo a colación el famoso eslogan de Adams? porque al final los seres humanos nos juntamos en sociedad debido a la necesidad inmanente que tenemos por vivir mejor, por realizar nuestro sueño de trascender, de conseguir, no solo lo elemental para supervivir sino aquello que nos permita sentirnos satisfechos con nosotros mismos y los nuestros.
Lo anterior debe plantearnos un interrogante filosófico: ¿Qué es lo mejor y lo más rico? A menos que seamos capaces de llegar a ese acuerdo sobre cuáles son los valores de la vida, es evidente que no podemos tener ninguna meta… y sin metas, discutir los métodos no es más que un simple ejercicio fútil.
Es esta falta de definición clara de los objetivos sociales lo que hace que estos diputados, pero también quienes los manejan, se sientan libres de toda culpa al buscar el poder mediante el ejercicio de la trampa y la cooptación de las instituciones. Los “valores ciudadanos” de los que hablaba Adams, la ética y el cumplimiento de los acuerdos pueden ser temas discutibles, arreglables. Como no hay consenso social sobre lo que definiremos como “Buen vivir”, el sueño social se pervierte y se convierte en una obsesión por los medios, esto es, los bienes materiales, el poder sin una función clara e inteligente.
Es por ello que los políticos, a despecho de la confianza que la gente depositó en ellos, puede darse el lujo de congratularse ante su logro. El alcanzar su meta personal es suficiente para que esta noche puedan irse a dormir tranquilos, sin remordimientos. ¡Lograron lo que buscaban! El país y su gentuza pueden irse al carajo. ¡Ya encontraremos la forma de resolver sus líos y dejarlos tranquilos! Son gente simple, sin una visión clara de su mañana, se les contenta con cualquier cosa.
De este tamaño puede llegar a ser el dilema moral de nuestro país. Su gente se acostumbró a vivir el día a día esperando las migajas que puedan caer de la mesa de quienes siempre han visto en la búsqueda del poder sin objetivos claros, su definición de “vida mejor y más rica”. Así entienden ellos, casi todos, esa entelequia que llaman democracia.
El dilema para Adams está claro: “No Podemos ser una democracia verdadera, entregándonos de manera individual y egoísta al bienestar físico y los divertimientos”. A menos que dejemos claros los valores vitales, seguiremos quemando el pajar para encontrar la aguja.