Tegucigalpa, Honduras. La política no solo es de soplar y hacer botellas. Tampoco la estrategia para posicionar la imagen de un o una candidata termina con ganar las elecciones.
Preparar a una persona en el arte de la oratoria, desarrollar habilidades para debatir y ser entrevistado, además de potenciar el pensamiento rápido y asertivo, requiere de una calistenia diaria. Según los autores del libro «Marketing político», la asertividad se refiere a la capacidad para expresar sentimientos, ideas y opiniones de manera libre, clara y sencilla, comunicándolos en el momento correcto y a la persona indicada. A ello hay que agregarle la habilidad para ser entrevistado, que incluye la capacidad para contestar y esquivar ciertas preguntas; además de la destreza para debatir, que abarca «la brillantez para presentar los planteamientos propios, contestar los ataques y objeciones y «golpear» la imagen y credibilidad de los adversarios».
Conviene traer a colación este tema debido a las recientes declaraciones (y posteriores aclaraciones) de la presidenta Xiomara Castro, en donde aseguraba que estaba clara que no iba a poder cumplir todas las promesas de campaña.
Tanto las declaraciones iniciales como las disculpas carecieron de elocuencia, como dice el dicho: «mejor no aclares, que oscureces».
Desde la concepción del Plan de Gobierno para Refundar Honduras (2022-2026), el Partido Libertad y Refundación (Libre) tenía claro que se debía replantear la política fiscal y monetaria para «tener con qué cumplir». Sabemos que esto pasa por la aprobación de la Ley de Justicia Tributaria, que desde su presentación ha estado atrapada en una nube de polémica entre defensores y opositores, y que tiene la marea en su contra luego de los transfuguismos acaecidos entre las bancadas del parlamento.
Pero, más allá de decir lo que no se va a cumplir (quedando aún un poco más de un año de gobierno), la comunicación presidencial se debe enfocar en lo que han cumplido y en lo que están haciendo para saldar las promesas de campaña; en otras palabras, no concentrarse en la meta, sino en el camino. Veamos, ¿en qué no podrá cumplir y en qué no está cumpliendo la presidenta? La exigencia pública (o publicitada) más recurrente es la instalación de una Comisión Internacional contra la Corrupción y la Impunidad en Honduras (CICIH), una acción cuyo balón no está precisamente en la cancha del Ejecutivo, sino más bien en el Legislativo, en donde ya se está preparando el tercer y último debate para la aprobación de la Ley de Colaboración Eficaz.
Y hay otros compromisos, unos de carácter populistas y otros de índole soberano, que siguen posicionados en el imaginario público, como deshacerse de los peajes, convertir en hospital el Centro Cívico Gubernamental, eliminar -de una vez por todas- las Zonas de Empleo y Desarrollo Económico, vender el avión presidencial, desmilitarizar la sociedad, entre otras. También nos ha quedado a deber a las mujeres: «no más silencio ante los feminicidios», prometió la presidenta en su discurso en el Estado Nacional; sin embargo, estos crímenes de género siguen ocupando las primeras planas ante un sistema de justicia vestido con pantalón y corbata.
En temas de seguridad se prometió: «no más sicariato, no más narcotráfico ni crimen organizado. Nuestra policía será una policía preventiva, comunitaria, disciplinada y fraterna. Los cuerpos de seguridad se convertirán en colaboradores de la ciudadanía»… en este tema, sin duda, no vamos bien. La presidenta habló de cuatro sectores que serían anclas reales al progreso y desarrollo: educación, salud, seguridad y empleo; los indicadores de país ya nos dicen si se está cumpliendo o no en estas áreas. Pero, tal como lo dijo un oyente en un espacio pagado de una cadena radial, para él lo importante es que desde que asumió el gobierno del socialismo democrático no paga ni un lempira por el servicio de energía eléctrica.
¡Allí está el tiro!, como se diría popularmente, el mensaje es sobre lo que se ha hecho con visión conductora hacia lo que se está haciendo, y no asumir -antes de tiempo- una postura pesimista y derrotista, sobre todo cuando la candidata apadrinada por el partido en el poder hereda la promesa de continuar con la refundación.
El plan de gobierno de Libre no es un proyecto para cuatro años, pues -aunque para algunos resulte trillado- se ocuparía magia para rescatar al país de las secuelas que dejaron 12 años de narcodictadura.
Presidenta, tal como usted lo dijo: «refundar es más que un verbo», pero eso no quiere decir que debe prescindir de las acciones.