
Tegucigalpa, Honduras. El encuadre de la revolución se vislumbra en una pared adornada con la pintura de la líder ambientalista Berta Cáceres. Así se recibe a militantes y activistas en la sede del partido Libertad y Refundación.
A más de 15 años del Golpe de Estado, Libre ha participado con buen suceso en tres procesos electorales y, más de uno, arrebatado por la corrupción y ensangrentado por el dinero del narcotráfico.
Libre no es un partido político pegado con saliva, como dijo esta semana un analista.
¡Al contrario! Libre nunca fue una institución novel, nació vieja, aprendida, para bien o para mal, heredando los vicios del bipartidismo que dice combatir.
Tan vieja que rescata las prácticas de caudillismos que se niegan a apartarse del poder, algunos tras las sombras, solo con aliados en su haber (allí no hay enemistades, solo tratos y un ganar, ganar, porque el business así lo demanda).
Los camisetas rojas se aglomeran entre el sudor de la lucha, a la espera del comandante para conocer las “líneas a seguir”. La revolución cansa, la refundación igual. Pero es lo que hay.
Las bases de los movimientos llegan puntuales. Conformes con lo poco que les tocó. Los líderes van con retraso, vienen de la finca, de reunirse con el poder, con gente que critican en foros, pero comparten horchata en los espacios privados y familiares.
Libre nació partido, ahora solo es una palabra bonita que se pronuncia con nostalgia. Libre fue mujeres, etnias, campesinos, comunidades desplazadas, artistas, bohemios… una “concentración” de fuerzas multipluralistas.
Al fondo, Berta sonríe, pero no por lo que ve, sino por lo que recuerda.
Piensa en las reuniones en Intibucá, en El Progreso, en Siguatepeque… Piensa en lo poco que queda de su cosmovisión.
Aunque su rostro esboza una sonrisa, sus ojos se ven vidriosos, como si el río Gualcarque se le hubiese metido y se desbordara en su cara.
El comandante habla de unidad granítica, esa no existe, como bien decía Matías Fúnes (Q.D.D.G.).
El comandante habla de unidad partidaria, pero no le preguntan a los de Morena Libre si están de acuerdo.
El calor revuelve los aromas; el sudor se esparce aún más, pero los que están enfrente se dejan atrapar por el perfume de las mujeres que se apresta a dirigirse a las masas.
El comandante hace bromas, da palmadas en la espalda y luego se calla para dejar a su hija, quien dice lo que ya oímos.
“Ya no hay tiempo”, destaca el mensaje que acompaña el mural de Berta. No hay tiempo y la refundación ni siquiera ha iniciado.
Nuevos puestos se han repartido, entre secretarías, coordinaciones departamentales y subcoordinaciones, menos la coordinación, esa sigue siendo la misma. Hasta Patricia Rodas desapareció de la estructura interna, al menos en papel, no sabemos si en presencia.
“¡Despertemos, humanidad!”, vuelve a gritar el mural de Berta, pero nadie escucha, nadie abre los ojos, siguen dormidos.
La reunión culmina, la mayoría se regresa en buses, eufóricos por su contribución y apoyo continuo al proyecto refundacional, con la esperanza de que alguno de sus compas de las bases consiga chamba en el próximo gobierno rojinegro.
Porque les volvieron a prometer y ellos les volvieron a creer.
Así es a política, un juego entre encantadores y crédulos, a la espera de un game over.
“¡Y lo peor es que lo sabía!”, reflexiona Berta. Agacha la mirada y dice con dolor: “me usaron y me siguen usando”, luego se recompone, porque viene un grupo de activistas a tomarse selfies en su mural.
Al fondo, el comandante levanta el dedo pulgar, expande su bigote, se compone los lentes, se acomoda la chumpa y se acaricia el estómago, luego exclama: “¿qué hay de cenar?”.
“Refundación, mi comandante”, responden al unísono.