Por: Daniel Meza Palma
La nueva normalidad inició desde que se desató la pandemia del COVID-19. La estamos viviendo digamos a partir de enero de 2020.
No es asunto de que, cuando pase la pandemia, viviremos en condiciones y circunstancias que sólo habíamos imaginado hasta diciembre de 2019.
La multiplicidad de características de este virus ha obligado a las comunidades científicas a apilar información sobre el mismo y aún se discute su origen. Un asunto que probablemente nunca se dilucidará.
Los gobiernos más autoritarios del planeta han sucumbido ante las condiciones impuestas por COVID-19 en prácticamente todas las actividades humanas y las de los demás seres vivos. Una nueva forma de hacer las cosas estará en función del éxito que se tenga en convivir con su amenaza permanente, oscilante y creciente.
La noción de potencia y el ejercicio compartido de la soberanía a través de organismos internacionales y mundiales ha sufrido golpes casi mortales. La práctica de la globalización y los instrumentos de multilateralismo, han comenzado a manifestar signos de agotamiento, por una indeseable combinación de excesos y defectos.
En el campo económico, sólo un reducido número de países, actividades y operadores económicos han salido airosos e incluso ganadores de los efectos de la pandemia.
Según CEPAL, el PIB per cápita de América Latina ha retrocedido a los niveles de 2010. Y sus efectos inmediatos no han culminado. CEPAL la denomina, otra década perdida.
En el ámbito del comportamiento los diversos modos de entretenimiento, arte, cultura y diversión han sido reducidos a su mínima expresión. La forma en que manejamos la salud, la educación y las relaciones sociales durante la pandemia, revelan apenas un indicio de cómo serán estas actividades en el futuro próximo.
La ´nueva normalidad´ plantea desafíos en el replanteamiento internacional y nacional de las relaciones económicas, políticas, ambientales, institucionales, etc. Un solo aspecto, la reducción de las desigualdades, habría modificado los resultados aniquiladores de esta pandemia. Y prepararía a la población mundial frente a futuros desastres.
La avaricia por la acumulación de algunos ha llevado a la mayoría de la humanidad a sentirse indefensa para combatir los riesgos de la existencia. Perseverar en este comportamiento puede conducir a una hecatombe de la cual nadie escapará.
El rescate de la humanidad no será ´orgánico´. Deberá ser deliberado. La historia nos recuerda que ha existido mayor inclinación hacia la destrucción. La pandemia de 1918 ocurrió en medio de la Gran Guerra (Primera Guerra mundial) y 21 años después, se estaba iniciando la Segunda Guerra Mundial.
La ´nueva normalidad´ dependerá de qué predominará: el raciocinio o la intransigente tendencia hacia la auto aniquilación.