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Mondragón: El humanismo empresarial que puede reescribir el futuro de Honduras

Ricardo Puerta

Tegucigalpa. – En un pequeño pueblo vasco, rodeado de montañas y niebla, nació una revolución silenciosa. No una revolución política ni industrial, sino una revolución moral: la idea de que la empresa puede ser una comunidad humana antes que un mecanismo de lucro.

Fue en Mondragón, España, en 1956. Un joven sacerdote, José María Arizmendiarrieta, sembró una semilla que transformaría para siempre la relación entre el trabajo y el capital. Creó una cooperativa con apenas cinco obreros. Hoy, esa semilla se ha convertido en una corporación global con más de 80,000 trabajadores-socios y más de 90 cooperativas que operan en múltiples países.

Pero más allá de su éxito económico, Mondragón representa algo mucho más profundo: la prueba viviente de que la eficiencia y la dignidad humana no son enemigos, sino aliados naturales.

Una economía que vuelve a poner a las personas en el centro

En la mayoría de las empresas del mundo, el trabajo sirve al capital. En Mondragón, ocurre lo contrario. Cada cooperativa pertenece a sus trabajadores, quienes eligen a sus directivos y comparten los beneficios según su participación.

Las diferencias salariales son éticamente limitadas —el directivo mejor pagado gana, en promedio, seis veces más que el trabajador de base— y las utilidades se reinvierten en la comunidad, la educación y la innovación. Su filosofía se resume en una frase simple pero poderosa: “El capital sirve al trabajo, no el trabajo al capital.”

Esta lógica no solo ha creado prosperidad; ha creado resiliencia. Durante la crisis financiera de 2008, mientras miles de empresas europeas cerraban, las cooperativas de Mondragón reubicaron a sus socios en otras plantas. No hubo despidos masivos. No hubo desempleo sin respuesta. Hubo solidaridad. Y eso —en un sistema económico global cada vez más impersonal— es revolucionario.

Un modelo con alma y con resultados

Mondragón no es una utopía romántica. Es una corporación tecnológicamente avanzada, con su propio banco (Laboral Kutxa), universidad, centros de investigación y presencia en sectores tan diversos como la automoción, la energía y la distribución.

Su estructura federada permite autonomía local con solidaridad colectiva, combinando lo mejor de dos mundos: la agilidad del emprendimiento y la fortaleza de un sistema compartido. El resultado: innovación sostenida, compromiso laboral y una productividad que compite —y muchas veces supera— a la de empresas convencionales. Es, en esencia, una economía con alma.

Honduras y la oportunidad de su propio Mondragón

Honduras no necesita copiar a Mondragón; necesita reinterpretarlo.
El país enfrenta un desafío estructural: una economía donde la mayoría trabaja sin seguridad, sin representación y sin posibilidad real de progreso.
Pero también tiene algo poderoso: una cultura comunitaria profundamente arraigada, talento técnico emergente y una juventud con deseo de construir futuro.

¿Qué pasaría si esos elementos se organizaran bajo un sistema cooperativo moderno?
Imaginemos zonas industriales en San Pedro Sula, Comayagua o Choluteca, donde los trabajadores no solo laboran, sino que poseen parte de la empresa.
Imaginemos cooperativas vinculadas a universidades técnicas, con acceso a financiamiento solidario, exportando productos creados colectivamente.
Imaginemos que las utilidades no se fugan al extranjero, sino que se reinvierten en educación, tecnología y bienestar local.

Eso no es idealismo. Es estrategia inteligente. Es crear raíces económicas que no dependan de subsidios ni de promesas de inversión pasajera, sino de la propia capacidad del país para generar valor con justicia.

El impacto posible

Un modelo cooperativo inspirado en Mondragón podría transformar la economía hondureña en tres dimensiones:

  1. Económica: empleo formal estable, redistribución justa del valor y reinversión local.
  2. Social: fortalecimiento del sentido de comunidad y reducción de desigualdad.
  3. Cultural: formación de una nueva generación de líderes éticos que entiendan la empresa como servicio, no como privilegio.

Y sobre todo, podría convertirse en un antídoto frente a uno de los mayores males de la región: la desesperanza.

El llamado

En tiempos de incertidumbre global, donde la automatización sustituye empleos y la riqueza se concentra en pocas manos, el modelo Mondragón emerge como un recordatorio urgente:

La economía solo tiene sentido si mejora la vida de las personas.

No se trata de soñar con un mundo perfecto, sino de construir modelos imperfectos que funcionen mejor que el cinismo actual.

Mondragón demostró que es posible. Honduras puede demostrar que es replicable.

Porque el verdadero progreso no consiste en crecer más rápido, sino en crecer juntos.
Y quizás, dentro de unas décadas, cuando alguien hable de innovación social en América Latina, mencione no solo Mondragón, sino también un pequeño pueblo hondureño donde comenzó otra revolución silenciosa. “Honduras no necesita caridad; necesita confianza en su propio talento cooperativo.”

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