
Cuando una pareja se divorcia, la relación sentimental puede terminar, pero la responsabilidad hacia los hijos/as permanece intacta. La manutención no es un favor ni una dádiva voluntaria: es un derecho fundamental de la niñez y una obligación legal, ética y moral de las madres y padres. La sociedad, las leyes y la conciencia común reconocen que los hijos/as no tienen por qué cargar con las consecuencias de una separación.
La manutención incluye mucho más que dinero para la comida. Implica cubrir vivienda, salud, educación, vestimenta, transporte, recreación y todo lo necesario para que los hijos/as crezcan con dignidad. Negarse a cumplir con esta obligación es condenarlos a carencias materiales, pero también a heridas emocionales profundas. La hija e hijo que siente abandono aprende desde pequeña/o que no es prioridad para quien debía protegerlo, y esa marca difícilmente se borra.
En muchos hogares se repite una realidad dolorosa: algunos padres y madres se esconden detrás de excusas, subestiman los gastos reales de la crianza o simplemente desaparecen. Pretenden que la responsabilidad se limite a una visita ocasional, a un regalo de cumpleaños o a una llamada esporádica. Pero el amor se demuestra con hechos, y la manutención es la forma más básica y concreta de decir: “me importa tu vida”.
La ley contempla sanciones claras para quien incumpla: desde embargos de salario hasta penas de prisión. Sin embargo, más allá de los castigos legales, lo verdaderamente grave es el impacto emocional y social. Un niño o niña que crece sin la seguridad de ser respaldado económicamente por sus padres y madres vive con incertidumbre, resentimiento y desconfianza. Y en muchos casos, la carga económica recae injustamente sobre la madre, el padre o sobre otros familiares, reproduciendo la pobreza y la desigualdad.
Más alarmante aún es el fenómeno de quienes, sin cumplir con los hijos que ya tienen, deciden traer otros al mundo. La irresponsabilidad se multiplica, dejando a más niños en condiciones de abandono. Ser padre o madre no se mide por la cantidad de hijos engendrados, sino por la calidad de cuidado que se les brinda. Procrear sin asumir deberes es una forma de violencia y negligencia que perpetúa ciclos de dolor, frustración y pobreza intergeneracional.
La manutención no caduca con el divorcio ni se reemplaza con atenciones superficiales. Un padre/madre presente no se define por palabras bonitas, sino por su compromiso sostenido. Cumplir con la manutención es garantizar que los hijos/as crezcan con dignidad, seguridad y esperanza. Negar es fallarles en lo más básico: el derecho a ser cuidados y amados.
La sociedad no puede seguir normalizando esta irresponsabilidad. No se trata de un asunto privado, sino de un problema que afecta al futuro colectivo, porque niñas y niños abandonados hoy serán adultos con cicatrices profundas mañana. No nos pongamos la venda en los ojos: la irresponsabilidad no se tapa, se enfrenta. Y los hijos no esperan excusas, esperan justicia.