Tegucigalpa, Honduras. ¿Quiénes están verdaderamente al mando de los tres poderes del Estado?
Entre la opinión pública y la opinión publicada se maneja la idea de que hay ciertos personajes que toman las decisiones y no son precisamente quienes están al frente.
En el Poder Ejecutivo, el sombrero le sigue haciendo sombra al gobierno de la primera mujer presidenta.
La figura del expresidente Manuel Zelaya se disputa el protagonismo con la persona favorecida en las urnas. Un vínculo familiar y político del que no se sabe si hace más bien que mal.
Sin pudor, el propio Poder Popular -el diario oficial del gobierno- presumió cómo el expresidente Zelaya había hecho uso de sus habilidades para negociar (o repartirse) la Corte Suprema de Justicia. Eso sin contar que solo basta con que el exmandatario emita una opinión en una red social para que el séquito de activistas, militantes y simpatizantes se apropien de ella y comience la batalla digital.
Por situaciones como esas, hay quienes aseguran que es el coordinador del partido Libertad y Refundación quien toma las decisiones cruciales para el manejo de las políticas públicas.
En el Poder Legislativo, le atribuyen al diputado Carlos Zelaya la dirección tácita del Congreso Nacional. Entre los mismos congresistas alegan que el diputado de Olancho figura como el verdadero gestor de acuerdos, iniciativas y proyectos, convirtiendo al parlamento en el mandadero de Casa Presidencial.
Y es que, nuevamente, un Zelaya es el que sale a negociar en temas que definirán la aplicación de justicia para los próximos años, al delegársele la función de reunirse con la oposición para establecer acuerdos de cara a la elección para la fiscalía general y adjunta.
Aunque tampoco hay que desconocer lo que hay de cierto en las palabras de la persona que dirige el Congreso al defender su falta de crear consensos, argumentando que los presidentes anteriores lo que tenían no eran habilidades de negociación, sino maletines llenos de dinero para ofrecer a cambio de votos; pero, aun así, queda claro que simplemente no se le da la capacidad de dialogar y consensuar y ese papel se lo delegan a su compañero de la Junta Directiva.
En el Poder Judicial, dos mujeres ocupan puestos de gran envergadura, tanto en la máxima magistratura como al frente de la Sala de lo Constitucional, quien cuenta con un perfil idóneo en cuanto a capacidad y carrera profesional, sin embargo, está ligada a uno de los orquestadores del actual plan de gobierno, para cuya implementación se necesita «gente de entera confianza».
Es así que el señor del sombrero junto a su hermano y el del carretillazo se atisban como los hombres de atrás en el actual gobierno, en cuyas manos recae el rumbo que está tomando el país, para bien o para mal.
Esta situación nos obliga a plantearnos -una vez más- con conciencia electoral la importancia de conocer no solo a quiénes les damos el voto, sino también verificar qué perfiles están atrás, pues son los que verdaderamente ejercen el poder.
Pero, si esto es así, ¿dónde nos deja ese panorama en temas de empoderamiento femenino? ¿Es que ahora no basta con habilitar oportunidades para las mujeres, sino que llegando a la meta hay que defender posturas e imponer nuevas políticas públicas para un sector que ha estado condenado a vivir en situación de vulnerabilidad? ¿Será que como país estamos condenados a la misoginia independientemente de la figura que esté en el poder? ¿O este panorama solo es una visión androcentrista que utiliza la figura de la mujer para vender un pseudo enfoque de género?
No le temamos a un genuino liderazgo de las mujeres, esas que no se doblegan, esas con conciencia social, esas mujeres estudiosas y preparadas que no necesitan gobernar con sombras. Aunque la visión de país no debería centrarse en si se ve con la mirada de mujer o de hombre, al tratarse de Honduras -un país feminicida- ¡vaya que importa quién lleva los pantalones y quién las enaguas! La realidad no engaña.