Muy activos han estado en las redes durante la última semana. Momios y chairos llenan copiosamente feisbucs, “X” y tic tocs con proclamas en contra de lo que hace el oponente. Unos recordando el quinceañero golpe de estado y la desgraciada dictadura; otros augurando dictadura comunista es la que viene y la inoperante y burocrática estulticia que amenaza continuar en el gobierno.
El motivo puntual de la diatriba ahora fue la instalación en Honduras de los célebres “Foro de Sao Paulo”, “Foro de Puebla”, “CELAC Social” y otros. La oposición, huérfana de discursos convincentes y propuestas claras, ataca con narrativas decimonónicas las pobres propuestas de un sector oficial que, incapaz de hacer cosas realmente viables para sacar al país del agujero, no tiene mayor argumento que repetir las viejas y desgastadas divisas.
El debate, ese instrumento de la retórica que debe ser el arma primigenia de solución de conflictos sociales, parece tomar en nuestro país la peor forma de vulgarización e insulto a la inteligencia. ¡En fin! Parece que no hay manera de llegar a arreglos civilizados.
El asunto se agudiza porque las diferencias, en lugar de enriquecernos parecen llenarnos de terror. ¿A qué viene la fobia a debatir, a contradecirnos? Parece más bien que no es tanto el temor a ser diferentes sino a no conocer esas diferencias. ¡En fin! el miedo a desnudar nuestra ignorancia!
Tal vez vale la pena intentar ilustrar lo dicho con un ejemplo cotidiano. Ocurrió en la salida de una tienda en un Mall de Tegucigalpa. Una pareja de aspecto rural había hecho sus compras. El hombre, de apariencia autoritaria, caminaba adelante sacando pecho. Unos pasos atrás, embutida en un vestido negro, su mujer llevaba consigo dos pesadas bolsas de compras. La gente que los veía movía la cabeza mostrando reprobación. En sus gestos se podía leer claramente la frase: “parece mentira en pleno siglo XXI” Y en cierto modo tenían razón. Ese cuadro no pertenece a nuestro mundo. ¿Qué hacer frente a esa barbaridad?
Algún antropólogo podría decir: “Es una cuestión cultural, hay que respetar a las diferencias entre lo rural y lo urbano”. Pero esas no son diferencias. No. Allí yace justamente el malentendido.
No son diferencias como diferente es un idioma de otro o un sombrero de una boina. Lo sucedido fuera del mercado –un ejemplo entre muchos- es una contradicción, una que se da entre un hombre que se permite explotar a su mujer en público y una cultura occidental que no lo aprueba.
¿Y cómo enfrentar a una contradicción? En la historia ha habido dos formas. Una, eliminarla mediante el uso de la fuerza. Otra, la literal, diciendo algo en contra, sin pretender eliminarla de modo automático. Esto significa llevar la contradicción al debate político. Lo primero es un medio militar y policial. Luego, desde el punto de vista político a una contradicción solo se puede enfrentar contra-diciendo. En política la fuerza es la excepción y no la regla.
Solo en la guerra el contrario debe ser eliminado. Por esta razón las dictaduras, es decir, los gobiernos que aplican métodos de guerra en contra de sus propios pueblos intentan eliminar las contradicciones. Todas las dictaduras de nuestro tiempo, desde la china a la rusa, pasando por las del mundo islámico, hasta llegar a las latinoamericanas de hoy, tienen las cárceles repletas de contradictores. Todas además, han cooptado al parlamento, lugar institucional donde se habla en contra.
No solo el machista del mercado con su mujer cargada como mula y caminando a tres metros de distancia contradice a la cultura civil de nuestro tiempo. Pero están ahí como una contradicción y no como una simple diferencia. Es decir, al no pertenecer a la cultura política del país pertenecen a ella como contradicción. Son, dicho en idioma hegeliano, la negación de la afirmación.
Vivir en democracia significa aprender a vivir no solo con las diferencias –eso es muy fácil- sino con contradicciones, enfrentándolas con las únicas armas que nos da la política: las palabras y los votos. La contradicción, al igual que la religión, forma parte del basamento cultural del Occidente. Después de todo a Jesús lo crucificaron por hablar en contra. Jesús, a su modo, también practicó la contra-dicción en contra de los que contra-decían su fe. Lo hizo hablando y discutiendo.