
Tegucigalpa, Honduras. Hay noches en diciembre en las que el viento parece traer murmullos. En Tegucigalpa, en San Pedro Sula, en Talanga, en Catacamas, en el Valle que solo existe en el imaginario de Sandoval… en cada comité de base que alguna vez creyó que estaba refundando el país, el espíritu de Charles Dickens pasea curioso. Observa a un familión político atrapado entre el espejismo del poder y la resaca del fracaso.
Si el fantasma de la Navidad pasada tocara la puerta de Libre, le mostraría aquella efervescencia de 2021, la épica del pueblo, el júbilo en las calles, las promesas de que por fin la historia se ponía del lado de los olvidados y golpeados. Un movimiento popular que se creía infinito, invencible, insobornable.
Pero la nostalgia engaña, porque la victoria es como una torreja, dulce, pero con fecha de caducidad.
El fantasma de la Navidad presente enseñaría otra escena, funcionarios esperando la orden del día para ver con qué mensajes orquestados aparecerán en los medios y en las redes sociales, militantes confundidos, bases cansadas, activistas que se preguntan en voz baja si esta lucha todavía vale la pena cuando el poder se convirtió en botín del familión, cuando el liderazgo se volvió un altar para el culto personal, cuando la atención se dirigió a la candidata y no a la mandataria, cuando lo prometido se archivó y lo urgente se pospuso.
Una Navidad amarga donde algunos siguen creyendo que pueden ordenar la voluntad popular como si la política fuera un combo navideño que se compra en autoservicioo se pide para llevar.
Y aquí aparece el más temido, el fantasma de la Navidad futura. Ese que, si uno tiene el valor de mirarlo de frente, revela una verdad incómoda: el poder no es eterno. Dejará de serlo más rápido para quienes creen que sí, y no hay “Acuerdo” que valga.
¿Qué le espera a Libre si continúa escondiéndose bajo la sombra el mismo sombrero? ¿Si insiste en que solo hay uno o dos apellidos capaces de dirigir la marcha? ¿Si la refundación se vuelve herencia familiar? El partido nacido en la calle corre el riesgo de morir en la sala de una élite que se mira a sí misma como dueña del destino nacional.
El aire acondicionado les secó el sudor; en cuatro años el skin care borró las marcas de los días soleados; el poder económico los sedujo y las palabras “pueblo” y “bases” cada vez sonaba más lejana.
¿Está listo Libre para quitarse las botas olanchanas, soltar la guarizama y abrirse a nuevos liderazgos? ¿O seguirá creyendo que cuidar la silla es más urgente que cuidar al país?
Aceptar la derrota, aunque no haya sido estampada todavía por el árbitro, sería el primer acto de grandeza.
Reconocer que un proyecto que pudo ser mucho más hoy se consume en su propia soberbia, que perder también puede ser refundar si se aprende del golpe… y si se deja de fingir que la culpa siempre es de otros.
El futuro siempre tiene doble filo, castiga la arrogancia y la quejadera de los 12 años… y premia la evolución. Pero ese futuro aún no está escrito. Dickens lo sabía, los fantasmas no vienen a condenar, vienen a advertir.
Libertad y Refundación tiene dos opciones:
O aprender de su pesadilla navideña y reconstruirse desde el pueblo real,
O despertará un día sin pueblo, sin poder y sin historia que contar.
Porque la Navidad futura, como las urnas, no perdona a los que le fallan al país. Y aunque duela, se debe aprender que perder también puede ser refundar, si se aprende del golpe…






