Frontera con Corinto, Cortés– Los riesgos de la travesía de los migrantes hondureños por la ruta que les conduce desde sus tierras hasta México, es altamente peligrosa. Guatemala es la primera y amarga prueba. En el camino, más allá de la inseguridad a la que se exponen con los traficantes humanos (coyotes) se suma la presencia de las bandas criminales y la existencia de autoridades que se coluden con los ilícitos. Paradójicamente, el retorno a Honduras también les puede significar la muerte.

“Me dieron la sentencia de salir de Honduras en ocho días”, dice Alejandro con lágrimas en sus ojos. Luego explica que por circunstancias de la vida ha retornado al territorio hondureño con el temor latente de perder su vida sí regresa a la colonia de donde salió.
Desesperado y con la mirada perdida en el horizonte, relata que hace cuatro meses tuvo que salir del país hacía Estados Unidos en busca de una mejor condición de vida pues en su colonia era amenazado constantemente por no realizar “encargos criminales” que le solicitaban los pandilleros.
“Yo trabajaba para ellos ya que son como una empresa por el nivel de organización, pero al no querer hacer ciertos trabajos me convertí en un eslabón peligroso”, relató a Departamento 19 Alejandro, quien el pasado 8 de agosto llegó al sector fronterizo de Corinto en busca de asistencia médica tras haber pasado cuatro meses en la cárcel de la ciudad de Puerto Barrios en departamento de Izabal, Guatemala.

El hondureño indicó que durante la ruta migratoria en Guatemala conoció a una locataria quien se conducía en una motocicleta que tiempo después conocería que tenía reporte de robo.
“Como yo no le debo nada a nadie, cuando las autoridades me pidieron que me detuviera, me detuve”, expresó con su voz quebrada, mientras apretujaba sus manos en señal de impotencia. En ese momento, supe que me cambiaba la vida, acotó.
Alejandro dice que lo sedujo la belleza de la mujer que identifica como “la guatemalteca”, quien al ver que éste frenó la moto ante el llamado de la autoridad, optó por escapar en veloz corrida. Nunca la volvió a ver.
El joven hondureño fue incriminado y llevado a la cárcel
Sin tener comunicación con su familia, pasó allí cuatro meses “los más horribles de mi vida”, agregó.

Sin embargo, su peor experiencia la viviría al momento que fue notificado de su libertad, pues en seguimiento a una tradición de ese centro penitenciario, los reclusos suelen golpear con su calzado de forma simbólica a quién ha cumplido su pena, esto con el objetivo que se les recuerde ya que son personas que difícilmente se volverán a ver.
“Cuando escuché mi nombre me empezaron a “chancletear” (pegar con los zapatos) pero hubo uno pasado de lanza que envolvió un jabón en un trapo y me partió la cabeza”, dijo entre sollozos el joven, quien a la salida del reclusorio y con una grave herida en la cabeza caminó por varias horas hasta llegar a Corinto donde fue atendido por personal de la Cruz Roja.

A la amarga experiencia que vivió en Guatemala, en su frustrada ruta en busca del sueño americano, Alejandro enfrenta ahora la pesadilla de regresar a casa, a la colonia desde donde emprendió, empujado por las amenazas de los pandilleros. Él no se alegra, porque sabe que en cualquier momento, la muerte le acecha.
“No quiero irme a morir allí, pero no tengo otro lugar a donde ir”, susurró mientras las lágrimas asomaban en sus ojos.
Con una herida en la cabeza, un pantalón corto, una vieja camiseta y sandalias, que le fueron proporcionadas cuando salió de la cárcel guatemalteca, Alejandro continuó su viaje hasta el sector de Villanueva, Cortés…Ahí, temeroso espera enfrentar su destino y con suerte, sortear a la muerte representada en las amenazas que para él significa la pandilla por la cual decidió abandonar su país, sin tener el éxito esperado.