Los medios de comunicación, formales y no, crepitan día y noche; hacen eco del reclamo de la gente, justificado por demás, de que los países vecinos ya han puesto en marcha sus respectivos planes de vacunación, mientras el nuestro continúa a la zaga, esperando que la OPS o alguno de los demás cooperantes, por fin se apiade de la ancestral incompetencia de nuestros gobernantes y envíe el anhelado avión con las vacunas.
Esto no debería extrañar a nadie. A lo largo de los 200 años de vida del país, nos hemos acostumbrado a que otros vengan a hacer las cosas que nos corresponden. Ejemplos abundan: Barrios nos impuso la reforma liberal desde Guatemala en el siglo XIX, Zemurray traía en sus barcos bananeros, la ínfima modernidad que, a cambio de dignidad, nos dejaba la United Fruit Company, Kennedy y su Alianza, Reagan y los profanos dólares pagadores del uso del territorio, ¡en fin! pare usted de contar.
Me parece que las cosas se ahondaron después del Mitch. Ahí nos acostumbraron a ser mendigos profesionales. El mundo se volcó con ayuda para reconstruir el territorio, luego del estropicio, pero toda esa solidaridad internacional solo sirvió para fomentar más corrupción e irresponsabilidad fiscal.
El alivio de la deuda nos endeudó hasta el colmo y para nada, la ventanilla concesional de los bancos de desarrollo, solo sirvió para que los presupuestos se llenaran con planillas exacerbadas y gastos innecesarios, haciendo de la recaudación tributaria el botín con que los políticos sufragan a su clientela. “No necesitamos invertir, para eso están los cooperantes”, es la frase tácita más evidente.
Y ahora, en medio del estupor e incertidumbre producida por esta enfermedad, que asola al planeta, el mundo ha provocado la mayor concentración de ciencia, talento e inversión de la historia: En menos de un año, los seres humanos entendimos una nueva realidad; pese a la caída en la producción y el empleo, hemos logrado adaptar en buena medida la logística en el comercio, los servicios, la industria, se adoptaron nuevas formas de enseñanza-aprendizaje y se ha producido en tiempo record la vacuna que desactiva el bicho.
Por acá cerca, Costa Rica depositó, ahí a la altura de agosto pasado, 10 millones de dólares a Pfizer, Panamá le dio 15, México y Chile 40 cada uno. El Salvador le apostó a Oxford, al igual que Colombia y Ecuador. Los nicaragüenses, venezolanos, argentinos y peruanos aprovecharon la oferta de los rusos y ya comenzaron a inocular la Sputnik V. Así que, para vergüenza mundial, nos toca estar en la cola.
Nosotros, como siempre, nos quedamos a la espera de que COVAX (Covid Vaccines global Access), el mecanismo que las Naciones Unidas ha puesto a disposición de los países pobres, gracias a la filantropía de personajes como Gates y otros multimillonarios. ¿Pero es consecuente atenernos a estos mecanismos? Yo diría que no y aparentemente, lo líderes de nuestros vecinos piensan lo mismo.
En crisis como esta, el PIB y el empleo caen más de lo que predicen los economistas, y se recuperan antes y con más intensidad, siempre y cuando se den los pasos adecuados. No hay por qué ser más pesimista de lo necesario.
Lo que realmente importa es que cada agente –empresarios, académicos, gremios y sobre todo el gobierno, cumpla adecuadamente con su papel y eso es precisamente lo que no ha pasado en Honduras. Mientras la inveterada costumbre de esperar únicamente a que la solución nos venga de afuera, pocas posibilidades tendremos de salir adelante. Lo que estamos viviendo los hondureños es, simple y llanamente, el resultado de la ausencia de liderazgo.
La vacuna de la economía es un esquema de planeación ordenado y eficiente, ejecutado por un gobierno legítimo, transparente y profesional. No hablo de planificación centralizada; me refiero a un esquema en que la sociedad en general, tenga una idea clara de hacia dónde vamos y que ese objetivo se lleve a cabo con eficacia por un gobierno no improvisado.
Si invertimos en empresas innovadoras, que colaboren con universidades y parques tecnológicos para desarrollar proyectos rentables en la era de la tecnología global, reduciremos el desempleo, aumentaremos los salarios, evitaremos que nuestros jóvenes emigren, devolveremos la hipoteca de esta crisis y de la anterior que es la deuda pública y habrá prosperidad para todas y todos. La solución está en nuestras manos.