Para poder tomar decisiones y prepararnos para el porvenir, es importante conocer la evolución probable de los acontecimientos. Nuestras expectativas del futuro generalmente están moldeadas por nuestra experiencia pasada, la cual no necesariamente es válida. Esto nos puede generar una desconfianza en nuestra capacidad no solo de mejorar en el futuro, sino además de siquiera poder estudiarlo y entenderlo.
El crecimiento poblacional es uno de estos temas, arraigado en la conciencia pública por el incremento explosivo que tuvimos durante el siglo XX. Sin embargo, tenemos un modelo para poder darle contexto al proceso por el cual hemos pasado y continuaremos recorriendo. La transición demográfica es el proceso mediante el cual una sociedad pasa de un patrón poblacional primitivo a uno moderno. El patrón fue descubierto en 1929 por Warren Thompson, y está demostrado en todo el mundo que, con variaciones de velocidad y con algunos efectos locales, se ha dado sin excepciones. Este es de cinco fases, desde una inicial con alta natalidad y mortalidad, hasta la última (quinta), donde una baja natalidad y mortalidad están en equilibrio.
Fase I (antes de 1900)
A lo largo de la historia de la humanidad, la alta mortalidad infantil (primariamente) y general requerían una fuerte cantidad de nacimientos para sostener a la población. Cualquier incremento poblacional se daba únicamente por una expansión de los espacios físicos, o áreas cultivables, y era absorbido al sistema, dejando a la siguiente generación con el mismo equilibrio precario.
Honduras, al ser relativamente despoblado, siempre contó con este crecimiento natural, aun con poco progreso en otras áreas. Por tanto, desde la independencia hasta inicios del siglo XX, pasó de 150,000 a 500,000 habitantes sin una mejora en las condiciones de vida de la población.
Fase II (1900-1966)
La segunda fase de la transición es cuando la mortalidad comienza a disminuir entre la población, y esto resulta en el crecimiento más rápido de la población. En el caso de Honduras, podemos aproximarlo al año 1900. La higiene elemental, la vacunación y el saneamiento de amplias zonas de pantanos en la costa norte, entre otros elementos de progreso, influyeron para que la tasa de mortalidad comenzara a disminuir y comenzara a crecer la población.
Durante esta fase las personas siguen teniendo la misma cantidad de hijos, ya que sus patrones culturales no han cambiado con el entorno.
Fase III (1966-2025?)
Luego comienzan las personas a confiar en que la mayoría de sus hijos llegaran a ser adultos, y se desarrolla una expectativa de una sociedad más avanzada al dar mayor cuidado a los niños. 7.4 hijos por mujer era el valor histórico, inmóvil desde que hay mediciones. Este concurre con el valor en otras sociedades a un nivel similar de desarrollo, con la inmensa mayoría de la población a nivel de subsistencia y con poco acceso a comunicaciones o niveles de desarrollo.
En 1966, el valor se mueve por primera vez y baja levemente unas centésimas. Luego esta disminución comienza a acelerarse y volverse continua, al grado de que hemos llegado a 2.46 hijos por mujer en el 2017. Es interesante, especialmente cuando se estudian otras sociedades que lograron la misma transición con menos acceso a anticonceptivos o información médica, que esta es una decisión consciente y orgánica, dependiente solo secundariamente de influencia externa.
La tasa de fecundidad para mantener la cantidad de población en condiciones estables, es de 2.1. Este valor ha ido disminuyendo a una tasa promedio de 0.05 anualmente, y de continuar tal como indicaría la experiencia de los demás países que han seguido un desarrollo similar, estaríamos llegando a este valor alrededor del año 2025.
Fase IV (2025-)
A partir del 2025, todo el crecimiento poblacional sería únicamente producto del aumento de la longitud de la vida de las personas. Eventualmente, el efecto de la disminución de nacimientos alcanzaría al crecimiento en esperanza de vida y llegaríamos a una población estable.
Esta información, tomada de las estadísticas del Banco Mundial, contiene varias lecciones y elementos contextuales que podemos considerar útiles. En primer lugar, el atraso del país en décadas pasadas era tan atroz, que ni siquiera se manifestó progreso mínimo hasta bien entrada la década de los sesenta; más de un centenar de años detrás de los países desarrollados y décadas detrás de la mayoría de los latinoamericanos.
Luego, podemos ver que la naturaleza del manejo de los temas sociales, en particular la salud, el empleo y la educación deben ir cambiando. La concepción popular está anclada en el pasado y presume que tenemos un crecimiento poblacional descontrolado, cuando nuestra realidad es otra. Esta realidad tiene sus propios desafíos, que serán cambiantes con el tiempo, pero que debemos conocer como sociedad para poder enfrentarlos.