Por: Víctor Hugo Álvarez
Cuando cursaba mis primeros años en la Universidad Nacional la conocí, ya era una señora algo mayor y siempre me saltó a la mente la pregunta del por qué ella, a sus años, decidió estudiar una carrera tan llena de emociones fuertes y muchas veces de grandes desilusiones como lo es el periodismo.
No tantos años después comprendí que Martha Luz Mejía, estudió esa carrera porque era una apasionada de las letras y encontró en el periodismo un camino para lanzar al vuelo, aquellas imágenes literarias que surgían de su pródiga mente.
Era puntual y estudiosa, amable y sincera; a sus compañeros de aula nos acogió como una madre. Nunca olvidaré sus consejos y mucho menos cuando me tocó actuar al par de ella en la comisión de estilo que le daría forma a los acuerdos de uno de tantos encuentros de los estudiantes centroamericanos de periodismo.
Allí conocí sus alcances idiomáticos, su pulcritud en el uso de las palabras y esos breves momentos fueron una escuela para mí, el muchacho que daba pininos en este oficio a quien García Márquez calificó como el mejor oficio del mundo.
Pasaba pendiente de su actuar, su labor en el Grupo Ideas, sus libros, sus escritos en la prensa nacional y su columna en el Semanario Católico Fides. Era una mujer trabajadora y metódica y ya en el cenit de su vida recopiló esos escritos de su columna de Fides y un nuevo libro surgió de ellos: Alfa y Omega.
Cuando presentamos el libro en las oficinas del Semanario, fue la última vez que la vi, ya caminaba lento, pero se miraba llena de vida y muy lúcida y esa presentación fue un agasajo a su trayectoria.
Desde entonces poco supe de ella hasta el día de su muerte, y cuando conocí de su deceso se perfiló en mi mente su recuerdo, sus enseñanzas y su profundo pensamiento.
Tres días después de ese suceso parte otro buen amigo, compañero de aulas y de muchas luchas en pro de la reivindicación del periodismo. Un hombre inquieto, vivaz, que se sumó a muchas lides en defensa de los derechos humanos en el país.
Un exseminarista jesuita, un hombre con quien recorrimos muchos caminos en coberturas periodísticas y con quien compartimos muchos sueños surgidos de la fuerza que da el evangelio ante la triste realidad de nuestro país. Ese ser era Ramón Nuila.
Hicimos juntos el Primer Encuentro de Promoción Juvenil que se desarrolló en Honduras, trabajamos elaborando guías técnicas para la transferencia de la tecnología agrícola con el sueño de que al ampliar el conocimiento de los campesinos contribuíamos al engrandecimiento del país y ayudábamos al sector más pauperizado a salir de la oscuridad en que sumerge a la humanidad la falta de conocimientos, de educación.
Últimamente “Moncho” como le llamábamos se apasionó por el medio ambiente, por la ecología. Sabía que hay que cuidar la Casa Común, el bien de todos como lo señala el Papa Francisco en su encíclica Laudato Sí.
Trazamos sueños de una Honduras mejor, sueños que hoy viajan con él a través del sendero luminoso de las estrellas que marcan la ruta de lo infinito.
Para ambos amigos mi recuerdo inmarcesible y el mejor deseo de que sus pasos, sus sueños, sus esperanzas sean continuadas por descendientes y por aquellos que creemos que vale la pena ser periodistas sin ensuciarse las manos con las coimas, sin ser jueces de los demás, respetuosos de la vida y del dolor de nuestros prójimos y sin creer que somos dueños de la verdad.
Duerman amigos el sueño eterno, sabiendo que cumplieron su misión.