Vivimos momentos de ligereza, de opciones por quedarse solo en la superficie, acomodados en la frivolidad, deslumbrados por el melifluo cantar de la palabrería que nada dice, de frases hechas, de promesas que se saben imposibles. ¡En fin! vivimos tiempos frágiles que esconden nuestras impotencias y el persistente deterioro social del que no queremos darnos cuenta.
Con esta, serán dos semanas en las que la atención mediática se centra en el juicio de Nueva York, uno que los americanos se vieron forzados a hacer porque ni siquiera fuimos capaces de encargarnos de nuestras miserias. Cual enfermos terminales, otros tienen que venir a limpiar nuestra inmundicia. ¡Qué tristeza!
Mientras tanto, la retórica avanza con su levedad chocante. La palabra “refundación”, por ejemplo, se volvió vocablo fácil en la defensa callejera del régimen y lo que es peor, en la voz de los más ilustres funcionarios defensores de la administración. Cómo cita Kundera en su inmortal novela, contrario a lo que la naturaleza humana acepta desde su niñez, el peso puede ser a veces más aceptable que la liviandad, porque nos hace sentir vivos, humanos.
No es que todo sea agravio. Hay, por supuesto, cosas dignas de destacar. En infraestructura las cosas parecen ir despegando. El secretario de estado a cargo, un joven entusiasta y ubicuo, parece más propenso a expresarse con acciones que en el almíbar discursivo. Lo mismo dos que tres que parecen estar atentos al servicio público más que al empalagoso hablar irreflexivo. Cardona y Tejada siempre atentos a cumplir su mandato son de lo más rescatable. Ojalá les vaya bien y reviertan rápidamente las pérdidas humanas y de energía que el país requiere salvar.
Pero de ahí, donde mayormente necesitamos, sobre todo en las cosas urgentes para salvar el futuro, lo que realmente cuenta para la gente, se repite el tañer seco e ingrávido que solo resuena sin dar las respuestas que se requiere.
En educación, por ejemplo, se anuncia con bombos y platillos una matrícula de casi dos millones de estudiantes, la realidad de escuelas vacías de maestros y carentes de los mínimos servicios solo nos lanza el agobiante peso de la miseria y el subdesarrollo futuro. Nada que hacer y no hace falta la virtud del ágora para saber lo que viviremos en unos pocos años si no se cambia.
Cambio de titular en salud y el desabastecimiento persiste sin visos de mejora, con el agravante invasivo del revanchismo que solo cabe en la mente distorsionada y sociópata del sectarismo descarnado. Ausencia de buena atención en centros de salud, medicamentos escasos, ni visos de un programa adecuado para el control epidemiológico y sin esperanzas de asomo en la salud preventiva.
Mas desmesurada aun es la retórica del rescate institucional y la lucha contra la corrupción que tanto prometieron. Sin duda hay algunos baluartes ahí por dicho rescate, quién puede dudar de las buenas acciones que toma Rudo Pastor, que, a pesar de enfrentar internamente al enemigo, parece ser de los pocos funcionarios realmente conscientes de su deber.
Sin duda la salida de Mundo Orellana pesa aún en Transparencia, aunque se reconoce el esfuerzo que sus sucesores hacen. La CICIH parece un sueño inalcanzable más por la dinamita que cargan sus padres y madres, que por la buena intención de las Naciones Unidas y otros cooperantes.
Los empresarios de todo tipo, los pequeños y medianos, pero también aquellos que se atreven a poner su capital a costo de sus propias vidas, sufren más que nunca el deterioro de la competitividad del país. El ambiente es tan hostil, que, la escasez de financiamiento, unos costos irreconciliables con la inteligencia, la estulticia burocrática y cansina, hacen que al final opten por largar sus capitales o salir en caravana hacia el norte helado.
Y ¿Para qué hablar de la justicia si Ud. lo ve día a día en los medios? ¿Será que no hay esperanza? No vayamos tan a prisa. Todavía es tiempo, ya probamos que podemos cambiar si nos lo proponemos, ¡vamos pues por el cambio! Pero hagámoslo bien, con optimismo e inteligencia, poniendo el quid en la voluntad y en el saber hacer las cosas. ¡Vamos que aún hay tiempo!