El recorrido se inició en el centro de salud Alonso Suazo a inmediaciones del Estadio Nacional.
“Hospital Escuela, Emisoras, Plaza Miraflores, Kennedy”, vocifera el cobrador de la unidad al tiempo que agrega “córrase… atrás hay espacio. Dale voooo”. Y así inicia el viaje que a diario traslada a miles de capitalinos.
El largo bus amarillo está abarrotado, sin embargo el motorista de la unidad pretende meter unos cuantos usuarios más. Cerca de 48 personas viajan en los asientos, muchos de ellos lucen incómodos porque otra veintena de personas apretujadas en el pasillo deben además reacomodarse, según sea la orden del ayudante de la unidad.
Cada estación sirve para que también se suba uno que otro vendedor. La oferta va desde confites, pastillas de ibuprofeno, complejo vitamínico “B”, hasta cremas para los hongos y mazamorras. Al paisaje de gritos y experiencias urbanas no podía faltarle el volumen del estéreo. La música reggaetón hace más bulliciosa la mañana del lunes.
Seguimos el periplo. A inmediaciones del hospital Escuela se sube una señora con Biblia en mano. “Buenos días tengan damas y caballeros, que el Señor les bendiga enormemente”, prosiguió la mujer. “Éxodo 15:3… yo soy guerrero y lucho por mi pueblo”. En menos de dos minutos el sermón de la mañana estaba terminado.
En la apiñada y ruidosa unidad y como compañera de asiento, viajaba Azucena Sánchez, vendedora de baleadas que hace su negocio en la colonia Las Palmas de la capital.
“Diariamente me toca pagar como 20 lempiras en transporte porque agarro como cuatro buses”, dijo la humilde mujer. Sánchez manifestó que “yo quisiera andar solo en esos buses nuevos (ejecutivos), pero cuestan once lempiras, ¿se imagina? todo lo que gano se me iría pagando bus. Pero ya ni esos de salvan de ser asaltados”.
Azucena Sánchez se pronunció a favor de que la ciudad cuente con el llamado Transmetro porque a su juicio representa una opción para los pobres pese a ello dijo, “no creo que lo construyan porque aquí los transportistas son muy poderosos y no van a aguantar…”
Una media hora después, llegamos a la estación de Plaza Miraflores, allí concluyó el viaje del que la suerte permitió que saliéramos ilesos.
Las prioridades de Blas
El pasado martes 28 de febrero de este año, el director del Transporte, Blas Ramos, solicitó en el seno de la Cámara Legislativa la ampliación, para 2012, de un subsidio por más de 200 millones de lempiras, para pagar 750 lempiras diarios por 26 días mensuales a las 1,625 unidades del transporte urbano que recorren la capital.
En 2011, se les pagó un bono por 500 lempiras diarios por automotor.
En esa misma sesión parlamentaria, el congresista Darío Banegas arguyó que lo del pago estatal de subsidios a los transportistas es una barbaridad por el desorden en que está este sector.
Los subsidios además se otorgan sin transparencia alguna ya que el detalle de cómo se distribuyen es uno de los secretos mejor guardados.
“Hemos pedido explicaciones y las explicaciones no se nos dan, se enredan las cifras en una serie de palabras que redundan en lo mismo, en ocultarnos las cifras gruesas y en ocultarnos también el control que el Estado debe ejercer con las personas que son subsidiadas y eso debemos saberlo”, lamentó el diputado Banegas.
En Honduras la estatal Dirección de Transponte, en distintos gobiernos, generalmente es dirigida por empresarios transportistas, una situación en la actual administración tampoco es la excepción.
Tegucigalpa, la capital hondureña cuenta con unas 1,625 unidades grandes del transporte urbano.
Cerca de 900 mil capitalinos utilizan el servicio público a lo largo de 32 rutas que recorren las ciudades gemelas de Comayagüela y Tegucigalpa.
El rubro de transporte urbano en la capital está en manos de unos pocos empresarios que durante mucho tiempo han hecho “clavos de oro” con millonarios subsidios otorgados por el Estado.
Las alzas al trasporte no se detienen y van de la mano con el incremento de los combustibles, un hecho que no ocurre cuando los precios de las gasolinas y el diesel bajan, tal y como ha ocurrido desde hace cinco semanas de mermas continuas y en las que el precio del pasaje de bus, “rapidito” o taxi colectivo siguen obedeciendo el patrón de las más altos precios del combustible.
Transmetro 450 y los millonarios argumentos de los transportistas
La gota que derramó el vaso la protagonizaron los transportistas el pasado 10 de mayo en Tegucigalpa, cuando paralizaron las unidades y bloquearon varias arterias viales de la ciudad, provocando un caos vehicular, además del repudio y malestar de la ciudadanía capitalina.
Los empresarios del transporte arguyeron que la decisión la tomaron por la puesta en marcha del proyecto para construir el Transmetro 450 que promueve el alcalde del Distrito Central, Ricardo Álvarez, y que según argumentaron será una competencia que pone en precario su negocio y les afecta en el pago de sus millonarios préstamos.
La campaña ha tomado tal importancia para los empresarios transportistas que incluso en el interior de sus unidades de servicio público, han colocado rótulos contra el Transmetro y emiten juicios para desinformar a la población sobre las bondades que este sistema ofrecería a la ciudadanía.
Pese a que las autoridades locales han construido escenarios para conversar con los transportistas ellos anuncian nuevas protestas públicas encaminadas a acabar con la iniciativa que es auspiciada por el Banco Interamericano de Desarrollo (BID).
“No sé qué me puede costar esto a mí, me puede costar mi puesto, me puede costar mi proyecto político y hasta la candidatura, pero el Transmetro continúa, a mí sólo Dios me puede detener en darle un mejor transporte público al hondureño, que es lo justo y que se lo merecen los que se transportan desde muy temprano en la mañana hasta muy tarde en la noche” ha dicho el alcalde Ricardo Álvarez.
Mientras tanto, los viejos buses amarillos siguen recorriendo la calles de Comayagüela y Tegucigalpa, van mal trasportando a los pasajeros que llegan a sus destinos saturados por el ruido estridente de la música, agotados por el atropello de su espacio individual, humillados por el maltrato del cobrador y si han tenido suerte logran salir ilesos de los consuetudinarios asaltos.