Educar es una responsabilidad que recae en alguien que ha sido llamado para hacer un trabajo loable de guiar, dirigir, modelar y esculpir principios que van desde la escuela elemental hasta la educación superior o más. Se supone que el individuo se educa en el hogar, ambiente y la escuela.
Así que, una persona que ha sido sometida a una formación rígida, exigente, sistemática y desafiante, estará más preparada para enfrentar cualquier reto que se le presente a lo largo de la vida.
Todos y todas venimos de diferentes experiencias educativas y de contextos sociales, políticos, económicos, culturales y tecnológicos, algunos favorables y otros ya sea por marginalidad o ruralidad quedan evidenciados en las formas de comportamiento de asumir y cumplir responsabilidades y tareas diversas.
A lo largo de la vida escolar nos hemos encontrado con una variedad de docentes de los cuales tenemos recuerdos de experiencias significativas de aprendizaje, que sin lugar a duda nos han servido para la vida y nos han catapultado hasta donde estamos el día de hoy. No obstante, sin menosprecio de lo que intentaron otros maestros, pasan por nuestras mentes eventos no muy favorables, pues casi perplejos y sin palabras nos convertíamos en testigos de algunas expresiones de aquellos docentes a los cuales de manera despectiva les llamaban “yuca” es decir que fuera por el miedo que inspiraban en la clase que servían o por el hecho de las respuestas o miradas que hacían volvían casi insoportable el salón de clases en donde las relaciones no eran tan fluidas, mucho menos las expresiones de amabilidad y cortesía brillaban por su ausencia en las cuatro paredes del espacio aulico, sumado a este espectro, también la poca luz que había, lo cual dificultaba de todas maneras el desarrollo afectivo, cognitivo y de las habilidades para socializar y aprender con alegría como se supone que debe ser la adquisición y asimilación de los aprendizajes, principalmente en los primeros ciclos del Sistema Educativo Nacional.
Cuando hablamos de didactogenia nos referimos a un concepto que tiene que ver con malas prácticas, en este caso, serían aquellas malas enseñanzas y formas de aprendizajes inadecuadas que se dan en las instituciones del sector gubernamental y no-gubernamental. Se cae en esta patología, cuando se profieren expresiones que ofenden, desfiguran o ningunean a los educandos, minimizándolos por una u otra competencia que el educando no alcanza ya sea porque no ha comprendido el tema desarrollado por el educador. La pregunta es: cuántos de nosotros sentimos más de alguna vez un rechazo por alguna clase o espacio pedagógico que nos causaba temores, náuseas, cefaleas, vómito, diarrea, pánico y desesperanza de estar pero a la vez no estar por el ambiente hostil que un docente sin vocación y seducido por el orgullo equivocado de pensar que su cátedra es la mejor, que sus estándares son tan altos que no cualquiera alcanza y mucho menos aprueba.
Una mala praxis en cualquier disciplina del saber científico, es fatal, pues el daño muchas veces es irreversible, en el quehacer pedagógico, sin lugar a duda, es un estigma que marca para toda la vida, pues, esa relación de horizontalidad que debe existir entre educador y educando se rompe y peor aún se verticaliza, deshumanizándose al educando y divinizándose al educador que con ínfulas de grandeza y poder minimiza y ningunea a quienes solo aspiran a la luz. Desde las esferas de gobierno y de los espacios de la administración y gestión de la educación, se debe emprender una cruzada de acompañamiento y revisión de las buenas prácticas e historias de éxito y reproducirlas a efecto que los profesores y profesaras en el ejercicio de esta noble profesión se comprometan aún más a impartir los saberes con inmensa alegría y hacer de sus espacios “lugares” en donde los estudiantes disfruten haciéndoles sentir que son sujetos y no objetos. El desafío que nos convoca ante malas prácticas en nuestros centros educativos, es adoptar una actitud profesional, humanística y científica para hacer de los educandos hondureños hombres y mujeres que se desarrollen sin marcas de amargura y de rechazo por la escuela que es el camino y el espacio para lograr una formación integral, logrando una generación presente y futura preparada con las mejores competencias para afrontar un mundo cada vez competitivo.
Finalmente, cabe decir, que nuestros estudiantes no se merecen ser maltratados que no es la generalidad, empero existen casos enmarcados en las malas prácticas, las cuales debemos cambiar para hacer de la escuela un lindo lugar para aprender con alegría, amor, satisfacción y libertad.