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La cuenta regresiva

Julio Raudales

Mil noventa y cinco días transcurren desde el inicio de la actual administración gubernamental. En ella, los alcaldes, congresistas y, sobre todo, funcionarias y funcionarios del ejecutivo, han tenido la oportunidad de iniciar el rumbo que Honduras, ese pequeñísimo estado situado en el corazón de américa, debió recorrer desde hace ya dos siglos.

No hay forma de excusarse, tampoco hay cabida para las contriciones y los reclamos. Durante más de un siglo, Honduras había estado capturado por las ambiciones, veleidades y, sobre todo, por la maldad de los grupos económicos nacionales y extranjeros, así como por gremios, sindicatos y otros estamentos que, mediante la extorsión y la amenaza, acarrean para sus dirigentes, las granjerías que les han permitido vivir a costa de la mayoría.

Así que era no solo esperable, también era deseable un cambio y éste llegó el 27 de enero de 2022. ¿Para qué? Evidentemente que para nada. Todo sigue igual o peor y no hay visos de que, quienes dirigen ahora el país, quieran tomar una dirección más certera y hacer más consecuente su comportamiento con su discurso.

La política es un relato inventado por Sapiens desde hace 30 siglos para asegurar un ordenamiento en las relaciones de la sociedad. El filósofo Thomas Hobbes lo define de manera adecuada en su obra seminal Leviatán: “Si dos hombres cualesquiera desean la misma cosa, que, sin embargo, no pueden ambos gozar, devienen enemigos; y […] se esfuerzan mutuamente por destruirse o subyugarse”. De ahí la necesidad de un ente “supraindividual” al cual, de manera explícita, se le otorguen “poderes” que le permitan actuar en pro de los intereses colectivos. Así surge el estado como componedor de las diferencias en que pueden incurrir los individuos.

Es una pena que los objetivos originarios que con tanto ahínco señalaron filósofos como Hobbes, Locke y más acá el sabio Valle o Andrés Bello, hayan sido vulgarizados por gente sin pudor ni idea de la moral. Lo estamos viendo en todo el mundo y también en nuestro patío. El pasado sábado nos ofreció una muestra vergonzosa de lo dicho, cuando los presidentes de dos de los tres poderes del estado ofrecieron sus patéticos discursos en el marco de la instalación de la cuarta legislatura del Congreso Nacional.

No se trata de intentar convencer a la ciudadanía de que no se puede cambiar en cuatro años la deriva oprobiosa que las malas decisiones del pasado han construido en dos siglos de estropicio. El problema es que no hay ni una sola señal de que las cosas pueden mejorar.

La política es altamente simbólica: si al menos pudiéramos ver una mayor apertura democrática en la actitud de quienes ostentan el mando, si su accionar en términos de gastos irrelevantes como el uso de los vehículos del estado, del exceso de seguridad y el manejo mediático que hacen los y las funcionarías de cualquier instancia, la percepción acerca de sus intenciones podría parecer distinta. Pero no es así y da la impresión de que es muy tarde para hacer correcciones.

¿Qué podemos esperar entonces de la cuenta que inicia hoy 27 de enero? Pocas cosas distintas a aquello a lo que nos tienen acostumbrados los políticos en los últimos 45 años. Campañas políticas ausentes de contenido, explotación del gasto público en favor de la candidata oficialista, confrontación, diatriba y con ello, mayor desesperanza. Nada diferente a lo experimentado en los últimos meses del 2021.

Ojalá y al menos no se produzca una crisis como la vivida en 2009, que todo discurra en paz y que podamos acudir a las urnas en orden, con la esperanza de que en algo se podrá cambiar lo que no hemos podido en tantos años. Y mientras tanto, a contar los día y horas como el prisionero.

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