Tegucigalpa, Honduras. Corriendo el tercer año de gobierno, más vale andar bien portado/a o de lo contrario los jalones de orejas serán públicos.
Ya lo vimos con Rafael Sarmiento, Fausto Cálix y, recientemente, con el diputado Ramón Barrios.
¿Será que las y los funcionarios y servidores públicos del gobierno de la presidenta Xiomara Castro están perdiendo el piso?
O, ¿será que a las personas cercanas a la presidencia por fin les está “cayendo el 20” y reconocen que con ínfulas de capitalismo solapado nadie les comprará el discurso de gobierno socialista, solidario, inclusivo e igualitario, porque al final son más de lo mismo?
Fiestas en haciendas presumiendo lujos de ricachones mientras el pueblo solo puede ver la comida por las noticias. Alquiler de espacios públicos para celebrar bodas y, de paso, presumir todo lo se les habilita estando en el poder.
¡Claro! Es mejor caminar por un piso de mármol que por el cemento “bachoso” de las calles.
Y a quienes les parezca exagerada la reacción de condena de estos actos que generaron rechazo incluso entre los mismos integrantes del partido Libertad y Refundación, solo tienen que leer un poco de narrativa visual y ver cómo esta influye en la percepción (y también en la realidad) del electorado.
La narrativa visual aplicada al ámbito político se define como el poder o capacidad de una imagen o una secuencia de ellas para contar historias sobre el liderazgo o no de una figura pública, sin necesidad de audios o textos complementarios, así que por más palabras anticapitalistas que salgan de su boca, lo que cuentan con fotografías y videos es lo que queda grabado en el imaginario colectivo.
Esa narrativa visual seduce a las masas si se aplica de la forma en que estas logran identificarse, sin embargo, ¿podemos decir qué porcentaje de las y los hondureños que pertenecemos a la clase obrera y asalariada nos podemos dar el lujo de organizar cumpleaños y bodas como las de los funcionarios de la refundación?
Como dicen las personas estudiosas de política y comunicación, la proyección de una buena imagen no es aquella que refleja la realidad, sino la que logra una visión favorable (aunque esté muy alejada de esa realidad). Así que esa narrativa visual no tiene que ser real, basta con saber fingir, pero estos ni eso hacen.
Eso lo entienden algunos funcionarios muy ligados a la pareja presidencial, quienes andan repartiendo jalones de orejas para los que se salgan de la línea discursiva de devolverle al pueblo pobre lo que históricamente le han negado, aunque ellos ya no se sigan comportando como pueblo ni sean precisamente pobres.
La imagen es el mensaje, y ambas deben ser coherentes con lo que se busca comunicar, ya sean las frases fuerzas de su plan de gobierno o la ideología del partido, en cuyos estatutos no aparecen las Prado, Rolex y finos puros.
De más está decir que esas fotografías y videos publicados por ellos mismos narran algo muy alejado de la realidad y del alcance del pueblo, para el que la austeridad no es un deber, sino la única forma que tiene para infravivir.