Así lo revela Casa Alianza en un informe elaborado a mediados de este año, donde queda establecido como la conflictividad agraria marca el panorama violento en el Valle del Aguán, en el contexto de una violencia generalizada que sacude esa región hondureña, donde el terror de la crisis marca especialmente a los más pequeños.
Sí bien la situación de la infancia en Honduras y en la zona del Aguán no es la excepción, presenta los sinsabores de una educación precaria, un sistema sanitario deficiente y la inequidad es extrema, en el Bajo Aguán, la violencia ha tomado una especie de normalización en la estructura mental de los jóvenes y los niños y niñas.
En Tocoa, sus fincas y poblados aledaños, las armas, los muertos, los golpes y la defensa a capa y espada de lo que es parte del entorno familiar, debe protegerse de cualquier forma. Por eso los pequeños miran las armas como una herramienta necesaria de protección familiar.
“A través de la intervención del equipo de psicología de Casa Alianza se pudo constatar como la normalización de la violencia es un grave problema que afecta a los niños y niñas de estas comunidades. Tienden a identificar las armas como medio para defender sus vidas y tierras y sienten necesitarlas para preservar su vida y la de sus familias”, indica el estudio de casa Alianza, una entidad con 25 años de trabajar en temas de infancia.
Los niños del Aguán reflejan su realidad en su estado emocional que el informe describe señalando que “se observa la prevalencia de sentimientos de terror, tristeza, ansiedad, angustia, preocupación, pesadillas, ataques de nervios, intranquilidad, temor constante de perder a un ser querido, insomnio, decaimiento, falta de esperanza, pobre visión de futuro, irritabilidad, hostilidad e ira”.
Por ello, en el documento se contempla la urgencia de “una intervención sostenida y permanente que les ayude a superar las experiencias traumáticas que han vivido y que pueda permitirles continuar con sus vidas y desarrollarse de forma íntegra como niños y niñas”.
El estado emocional de los niños se extiende a familias conformadas por mujeres que han quedado viudas a causa del conflicto y sus hijos huérfanos, también requiere de una intervención psicológica urgente.
Así, en medio de un conflicto que registra al menos 60 víctimas en los últimos tres años, se pone de manifiesto que la situación vivida por la población infantil del Bajo Aguán continúa pasando desapercibida, incluso para la mayoría de los organismos e instituciones encargados de velar por la seguridad y la protección de la infancia en el país.
De tal suerte que la realidad de los más vulnerables y cuya voz no despierta pasiones de los poderes constituidos ni de quienes aspiran a reemplazarlos en el proceso eleccionario general de noviembre de 2013, apenas asoma sin la trascendencia que amerita, ni ocupa agendas preponderantes.
Las experiencias de dolor y trauma en la zona, quedaron retratadas nuevamente este fin de semana cuando el sábado y el domingo acciones violentas cobraron por lo menos cuatro vidas, en hechos que se han vuelto casi cotidianos.
En el Aguán una fuerza militar está al frente de una operación que inició en 2011. En la zona, la conflictividad agraria se suma la violencia que origina el crimen organizado, la presencia de cárteles de la droga y el tráfico de armas, según denuncias oficiales.
La población en el Valle del Aguán sigue viviendo una realidad cruenta y “en la medida que el conflicto deja más víctimas, especialmente en el caso de aquellas mujeres que han perdido a sus maridos o los niños y niñas que han perdido a sus papás como consecuencia del conflicto” la situación es más dramática, destaca Casa Alianza.