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Hagamos la política grande de nuevo

Julio Raudales

La polarización está a la orden del día. No solo en Honduras; en todo el mundo. De Hungría a La India, de Turquía a Colombia, de Bangladesh a Alemania. Pero ¿Por qué tanta pelea? ¿Qué nos hace confrontarnos tan acremente hasta llegar, incluso a la violencia física?

La confrontación izquierda-derecha quedó en segundo plano. Pocos políticos y menos gente común se cuestionan hasta qué punto debe inmiscuirse el estado en asuntos como la economía o las relaciones interpersonales y utilizan el discurso para cruzarse acusaciones de fascistas-imperialistas o comunistas-haraganes. 

Hoy día, el debate público es otro. Queda claro que el conflicto político migró al que se da entre ciudadanía abierta y autoritarismo. Lo triste es que la discusión se ha convertido en un cada vez más ruidoso intercambio de diatribas y descalificaciones en que las palabras estridentes usadas de forma gratuita dejan muy poco espacio a los intercambios de opinión.

Para la gente en los barrios y aldeas, las urgencias derivan por senderos, más ligados a la seguridad que a la libertad individual. Esto nos lleva, casi por naturaleza, a desear que venga un todopoderoso líder que nos saque de nuestras miserias. Así aparecen los mesías salvadores y se revelan en los medios, mostrando a la masa deseosa de milagros, su arsenal de promesas en frases hechas. 

Aquellos que de manera velada aúpan las formas autoritarias de organización social (nadie dice abiertamente que prefiere la dictadura a la democracia) parecen granjear cada vez más simpatías, sobre todo entre los jóvenes. El éxito notorio, aunque aún temporal, de “líderes mesiánicos” como los Bukele, Orbán y Erdogan, hace fulgurar la esperanza de quienes, como es natural, fustigan el “viejo orden”. ¿Tienen razón? Algo hay de eso.

La data ha demostrado de sobra que solo la libertad de mercado y el respeto irrestricto a la propiedad generan prosperidad material. Cada vez hay menos espacio para quienes pretenden fomentar riqueza mediante la planificación centralizada. El debate Mises-Lenin quedó zanjado hace rato a favor del austriaco. Sin embargo, China y Vietnam demostraron que el milagro económico es posible bajo una rúbrica autoritaria, antes lo habían hecho ya Pinochet y Franco. “El color del gato no importa”

Mayúsculo problema genera esta perspectiva a la política convencional. Demás está decir que la gente prefiere riqueza. También es obvio que, si a la prosperidad agregamos seguridad, la ciudadanía estará a sus anchas. 

Entonces, si podemos cumplir con el viejo sueño de acumular bonanza y protección a costa de tener un gobierno autoritario ¿Qué espacio hay para vivir en una sociedad abierta? ¿No será mejor apostar por el amparo de un “hermano mayor” que vele por nosotros? 

Es más, la data revela también, que muchos añoran a un líder que vele por la moralidad y las buenas costumbres extraviadas en el marasmo de las redes sociales. Así que, la disputa pareciera discurrir nuevamente en la dirección distópica que Orwell nos relató hace ya varias décadas en su genial obra 1984. No deja de ser este un peligro que inevitablemente nos hace recordar las pésimas experiencias vividas en Europa hace menos de un siglo.

¿Será que no hay salida y nuestra generación es testigo de una mutación social nunca experimentada? Hay señales claras: los cambios tecnológicos, incluidas la Inteligencia Artificial y la Biología Sintética nos han hecho cruzar una línea que nuestros padres jamás soñaron hollar. ¿Qué hacer?

En uno de sus últimos ensayos, el afamado profesor de Oxford Ben Ansell “Por qué fracasa la política” hace al mundo un estridente llamado de atención: “Es indispensable retomar el dialogo global con seriedad” si no nos funciona el actual orden, busquemos, mientras haya paz global, otro que garantice de mejor forma el dialogo perenne y útil. 

Hace casi 80 años se hizo un esfuerzo importante para evitar que otra confrontación global nos destruya. Las Naciones Unidas dieron una respuesta eficaz y lúcida a la problemática que se afrontaba al inicio de la guerra fría. ¡Bien! parece que llegó la hora de inventar algo nuevo. ¡Hagámoslo ya antes de que sea tarde! 

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